Rvdo. Silvio Gil Restrepo

LECTURAS: Am.8,4-7; Ps.79; 1 Tim.2,1-8; Lc.16,1-13

 «Somos administradores, no dueños”.

 La sagrada liturgia de este domingo nos presenta unas lecturas bíblicas que deben ayudarnos a seguir madurando en el entendimiento del evangelio de Jesucristo, como guía para nuestras vidas.

Y por ello digamos que el sentido de las lecturas de hoy es para que como cristianos aprendamos a darle el justo valor a las riquezas y bienes de este mundo, a servirnos de ellos no de manera injusta y egoísta, sino que, si los tenemos, y en la medida de las posibilidades, nos sirvan también para ayudar a los más necesitados de nuestras injustas sociedades. Pues precisamente lo que Jesús, y el profeta Amós condenan, es ante todo la actitud de injusticia y de avaricia explotando a los demás, sobre todo y como siempre, a los más débiles en la escala de valores materiales y económicos.

 

Por ello suele decirse, o al menos hay la sospecha, de que en el fondo de los enriquecimientos son muchas las injusticias y la sangre que ha corrido por parte de los más débiles en la escala social. Basta recordar por ejemplo la explotación a la que fueron sometidos nuestros indios y la población negra por parte de los conquistadores para llevarse el oro y las riquezas de nuestras tierras hacia las Europas. Mas por eso también surgieron valientes y santos que se jugaron su vida por defenderlos, como un san Pedro Claver, sacerdote jesuita, que prácticamente dedicó su vida a la defensa de los negros traídos del África en condiciones de ignominiosa esclavitud. Por ello recordemos que Jesús es tan tajante en su evangelio que leemos hoy: «No es posible servir a Dios y al dinero». Y por ello el cristiano, y todo cristiano, o quien se precia de seguir a Jesús, debe tener entre sus principios éticos, que si es dueño de alguna riqueza o de algunos bienes, tiene el deber ético y cristiano de compartir hasta donde sea posible, al menos alguna parte de esos bienes, poniéndolos al servicio de los más pobres, a través de obras de beneficencia de la Iglesia, o de fundaciones y de obras de caridad social que las mismas personas y empresas pueden fundar y mantener.

Roguemos pues a Jesucristo nuestro Señor que inspire a quienes se dicen ser cristianos, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que tengan bienes de fortuna, que sepan poner algo de esos bienes al servicio de los más pobres, y así estarán abriendo puertas en el Cielo, porque Dios es «rico en misericordia». Que así sea. ¡Amén!