Me gustaría tener la capacidad para contestar rápidamente a las personas con quienes hablo. Y es que es extraordinaria la facilidad de palabra que muchos tienen. Les confieso que siempre me quedo muda ante algunos comentarios y es al rato, incluso días después, que pienso, y por qué no respondí de tal manera o por qué no dije tal cosa. Pero no, soy lenta, lo he sido toda mi vida y ahora a estas alturas del paseo, difícilmente voy a cambiar.
Es como las personas que mienten, lo hacen tan rápido y tienen la verborrea tan en la punta de la lengua, que dicen sus mentiras sin apenas pensar.
Igual pasa con las personas que siempre están a la defensiva, cualquier palabra que se les diga es suficiente para que respondan con un sartal de palabras que a nosotros no se nos había ocurrido siquiera.
Un ejemplo: hace años me encontré con una amiga que no veía hacía varios meses, no la reconocí al momento, pero ella me recordó su nombre, le dije: “Perdona, pero hace poco tuve una intervención en la vista y no te vi bien”, me contestó: “Desde que las disculpas se hicieron…” Luego, recapacitó y me dijo: “tal vez es porque me cambié el color de cabello.” Se me ocurrió decirle: “Pues te queda muy bien.” Y me contestó: “¿Qué tenía de malo el anterior?”. ¡Por Dios! Que conversación tan difícil. Allí sí, saqué una excusa y me alejé.
Otro día estaba en un supermercado, antes de la pandemia, llegué al cajero con mis compras y las estaba colocando en el mostrador, mientras tanto un señor delante mío pagaba lo suyo, pero olvidó algo y salió a traerlo, yo seguí acomodando mis cosas. Cuando el sujeto regresó me miró con disgusto y dijo: “Qué, ¿pasa algo? ¿Ah? ¿Ah?”, tanto el cajero como yo nos sorprendimos sin decir nada. El hombre salió y el cajero comentó: “Realmente para que haya una pelea tienen que haber dos.” Me atendió y me fui.
Y ahora recuerdo que una vez, cuando todavía funcionaban los almacenes LEY en Cali, hice un mercado, en ese entonces no se aceptaba el pago con tarjeta de crédito para las verduras y le comenté a la cajera que sería bueno poder pagar todo con la misma tarjeta de crédito y no tener que llevar efectivo para esas compras. Cuando el señor que venía detrás de mí, se puso como un energúmeno y dijo: “Ni más faltaba, es el colmo que se quiera llegar a eso.” ¿Mmmmmh? Y vea como son las cosas, ahora se puede cancelar todo con la misma tarjeta, se llegó a eso.
En una navidad fui a san Andrecito a buscar un juego especial que mi hijo quería, yo estaba entusiasmada porque había encontrado exactamente el juguete que él quería, lo estaban empacando con un hermoso papel y un moño cuando un caballero desconocido vociferó a mi lado: “Yo nunca le compraré un juego de esos a un hijo mío”. Y agregó: “Eso es lo peor que uno le puede hacer a un muchacho.” De mi parte me hice la desentendida y no supe que contestar, normal en mi modo de ser, de lo cual me alegro, ya que sentí un gran pesar por esa persona que nunca tendría la alegría de ver la emoción de su hijo al recibir ese regalo y también lo sentí por el que fuera su hijo, si es que los tenía, porque su padre no le cumpliría ninguna ilusión y por la actitud hosca del hombre, pienso que tampoco recibiría una frase cariñosa ni un abrazo amoroso. ¿Será que ese niño crecerá para convertirse en un hombre amable y cariñoso?
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