LECTURAS: Hech.2,14-33; Ps.15; 1 Pe.1,17-21; Lc.24,13-35

La sagrada liturgia de este domingo de pascua nos trae hermosas lecturas bíblicas que reconfortan el espíritu del cristiano como lo sintieron los discípulos de Emaús. Y en ello también nos acompaña el apóstol Pedro cuando dice: «Les anuncio a Jesús de Nazaret, acreditado por Dios ante ustedes, pues les mostró su poder con milagros, pero ustedes le quitaron la vida clavándolo en la cruz por mano de paganos… pero Dios lo resucitó, cumpliendo en El las palabras de David: «no dejarás a tu hijo conocer la corrupción…y me saciarás de gozo en tu presencia».

Pues bien. De igual modo conocemos la historia de los dos discípulos que iban hacia Emaús, huyendo de Jerusalén y profundamente acongojados por lo que acababa de pasar a su maestro y Señor. Y que por el camino se les acerca un forastero que entra en conversación con ellos, pero ellos no se dan cuenta que es el mismo Jesús, y se hace ante ellos que no sabe lo que acaba de pasar en Jerusalén, y así le van contando lo sucedido al forastero.

Mas poco más adelante El mismo Jesús les va interpretando que lo sucedido estaba ya predicho en las Escrituras.

 Y llegando al poblado el forastero hace ademán de irse, pero ellos le insisten en que se quede pues ya es el atardecer, y el forastero accede, y sentados a la mesa «tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se los dio… y al punto se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero El desapareció de su vista… entonces se dijeron: ¿no es cierto que a lo largo del camino Él iba encendiendo el corazón con sus palabras a medida que les interpretaba el sentido de las Escrituras?». Pues sí hermanos en la fe de Cristo. Qué pasaje más hermoso que este de los discípulos de Emaús. Y ¿qué enseñanza podríamos sacar para nosotros? Pues digamos que tal vez cuántas veces el mismo Jesús se haya cruzado por nuestros caminos en la persona de otros, padres, maestros, amigos, que han querido ayudarnos con una orientación para la vida, y no hemos alcanzado a percibir la bondad de su intención o de su ayuda, o hemos dejado pasar ese momento o circunstancia que tal vez no vuelva a presentarse. Roguemos pues al Cristo de Emaús que nos ayude a presentir su presencia y su gracia, tal vez muchas veces a través de buenas gentes que quieren nuestro bien. Que así sea. ¡Amén!