Últimamente he visto videos y he leído artículos referidos a quienes llaman “abuelitos”, el cuidado que la familia les prodiga, algunas veces bastante eficientes, otras, los dejan abandonados a su suerte y ni siquiera se les ocurre pensar, a sus familiares, que aunque ahora gozan de juventud, los años pasarán y estarán en igual o peores condiciones que sus progenitores.
Nunca se sabe cómo será nuestra condición cuando lleguemos a edad avanzada, ni siquiera podemos adivinar cuál será nuestra situación.
Los recuerdos que tengo de mis abuelos, curiosamente fue verlos ancianos, no tengo una imagen joven de ellos. En el pasado, es mi impresión, se envejecía prematuramente. Mi abuelita materna falleció a la edad de 72 años, en ese momento me pareció que tenía mucha edad, pero la verdad es que cuando mi madre tenía alrededor de 20 años, mi abuela, quien a lo sumo tendría 40 años, vestía con prendas oscuras, largas, le llegaban casi a los tobillos, peinaba sus cabellos hacia atrás terminando en una moña y físicamente podría decirse que era una anciana, siempre la vi igual hasta el día que hizo la pascua. El abuelo materno, apenas si lo conocí ya que falleció cuando yo era una bebé, pero también se veía anciano en las fotografías.
Mis abuelos, gracias a Dios, al final de sus días tuvieron familia acompañándolos.
Les hablaba de videos que pasan en las redes y precisamente vi el caso de un hombre quien sufría un mal que le hacía temblar sus manos, supongo que es el Parkinson, muestran una escena en la cual está con su hijo en un restaurante y mientras otros clientes los miran con cierto malestar porque al hombre se le cae la comida y se mancha su ropa, el hijo con toda la paciencia del mundo lo ayuda, lo lleva al baño y le limpia la camisa y sin vergüenza alguna paga la cuenta y se lleva del brazo a su progenitor. Un hombre mayor se levanta y aplaude la actitud del joven como un ejemplo para otros.
Me conmovió muchísimo, porque mi madre además de otros problemas de salud, empezaron a temblarle las manos y no pudo volver a comer por su cuenta. Gracias a Dios yo gozaba de mi jubilación y pude cuidarla. Los últimos días de su vida, vi como poco a poco el temblor mermaba, yo ilusa de mí, en mi ignorancia, pensé que estaba mejorando, pero al contrario, el día en que sus manos dejaron de temblar, ese día, falleció.
Tengo un triste recuerdo de algo que ocurrió en el parque Tequendama en Cali. Sentado en una banca con una maletica estaba un señor mayor. Transcurriendo el tiempo, un agente, vio que el hombre seguía allí sentado. Se le acercó a preguntarle si esperaba a alguien y el hombre dijo que su hijo le había dicho que lo esperara allí. El funcionario miró que en la maleta había una nota indicando que el caballero sufría Alzheimer, más no daba más datos. Ningún documento indicaba su nombre o dirección.
Obviamente su hijo lo abandonó y gracias a este diligente agente pudo ser llevado a un refugio para ancianos, donde poco a poco olvidará a ese hijo que lo dejó en un parque.
Pero así como este caso, hay muchos más.
Aura Lucía Mera, cita en uno de sus escritos de opinión, el libro “Morir dos veces”, de Iván Alexandre Urbán Avellaneda, cuyo seudónimo es Alejandro Seral. Referido a la situación que vivió con esta enfermedad de Alzheimer sufrida por su padre. Tal parece, pues solo he ojeado algunas páginas, que es una obra que vale la pena leer.
Pero no solo esta enfermedad nos puede agredir en nuestra vejez, hay muchas otras que nos convierten en una carga pesada para nuestra familia. Cuantas veces veo ancianos con bastones o en silla de ruedas, quienes alguna vez fueron gente activa y productiva, pero ahora, nuestro cuerpo está terminando su ciclo.
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