El mundo se apresta a celebrar de nuevo la conmemoración del nacimiento de Jesucristo, que es la gran fiesta de la alegría de los pueblos o culturas cristianas. Pues como lo dice la liturgia de la Navidad: “Alégrense, porque ya llega el esperado de las naciones”. Y ese esperado de las naciones es según los profetas del antiguo testamento, el mesías o el Cristo quien vendría a redimir al mundo del misterio de la iniquidad que siempre ha rondado la historia de la humanidad. Y que en lenguaje de la revelación bíblica, es el pecado del orgullo y de la soberbia que aparece desde un comienzo de la humanidad como la nube gris que siempre amenaza la sana convivencia humana de la justicia, de la solidaridad y de la paz. Es la manifestación del ego humano que siempre desea sobreponerse a los demás. Pues bien.  Para la cultura cristiana, o para los cristianos de todos los tiempos, Jesucristo es la revelación del Dios-Padre que es enviado para redimir a la humanidad de su pecado de orgullo y de soberbia que desde los comienzos la ha acompañado.

Y la ha redimido, según la fe cristiana, con el ejemplo de su vida y con el mensaje de su Evangelio, que es precisamente el que nos narra cómo fue su ser y su acontecer, su vivencia y su doctrina. Vivencia y doctrina corroborada por sus seguidores inmediatos, sus apóstoles y discípulos, que la fueron difundiendo por todo el mundo. Y de la que queda constancia como principio de su apostolado, precisamente el llamado Libro de los Hechos de los Apóstoles, que narran los comienzos de esa obra monumental del cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia o la sociedad mundial de su discipulado. Conmemoremos pues la navidad o natividad de Jesucristo, alegrándonos con todos los que le siguen en las distintas iglesias o comunidades cristianas, católicas, anglicanas, ortodoxas, o de otras denominaciones, desde las cuales deseamos a todos, que Jesucristo sea conocido y amado, como Él nos ama. Feliz festividad de la Navidad para todos los hombres y mujeres de buena voluntad. ¡Amén!