
Pastor Diego Arbeláez
“¿Tiene usted un pariente, un compañero de trabajo o un vecino a quien desearía hacerle un monumento…encima?”
LOS INSOPORTABLES
¿Siente que los excesos, impertinencias o apatía de una persona cercana invaden su vida y ensombrece su estado de ánimo? ¿Se frustra una y otra vez al hacer lo posible por ayudar a esa persona, sin que ella se muestre receptiva o ni siquiera agradezca el interés que usted manifiesta en el bienestar de ella? ¿Le provoca preocupación y sufrimiento, que alguien a quien ama, tropiece reiteradamente en la misma piedra y sea incapaz de aprender de sus errores y corregir el rumbo de su vida?
Lo compadezco y espero ayudarlo con estas reflexiones para que no enloquezca.
En cada empleo, en cada familia y vecindario, en todas las iglesias, habrá siempre, por lo menos una persona difícil de querer que nos enreda la vida. En algunos casos, puede hasta resultar complicado estar en la misma sala con esa persona.
Gracias a Dios por la gente que nos hace la vida amable. Algunas personas hacen nuestra risa un poco más fuerte, nuestra sonrisa un poco más brillante y nuestra vida un poco mejor. Pero, no hay felicidad perfecta… Todos tenemos a nuestro alrededor a alguna persona a quien queremos, pero que nos la pone muy difícil. Es una persona problemática, cuya conducta nos provoca una variada gama de sentimientos caracterizados por la frustración, el desgaste emocional, la tristeza, la angustia y una gran sensación de inutilidad pues, sentimos que nuestros esfuerzos no le han servido de nada a esa persona.
Este tipo de persona insufrible, suele compartir dos características principales: Una: con esta persona, no se puede razonar. Y dos, esta persona se cree infalible, está convencida de que todas las cosas tienen un culpable distinto a ella, no reconoce errores.
Partimos entonces de la base de que el mundo está lleno de personas insoportables, distribuidas estratégicamente para que usted se encuentre al menos una semanalmente.
Usted va por la calle cuando ve a una de esas personas que reprimen su ser, viene en su misma dirección y usted ora: “Dios dame paciencia… porque si me das fuerza lo estrangulo.”
Y, ahí empieza su angustia: “¡Huy Dios, que no me vea, que no me vea!” Pero no se haga ilusiones, la persona lo descubre. Y, como por arte de magia aflora su hipocresía: “Hola, que sorpresa, no te había visto, que alegría de verte.”
Pero hay otra posibilidad: como es difícil caerle bien a la gente que nos cae mal, no falta el caso de la persona que le corresponde y también se hace el loco cuando lo ve a usted, o no sé si es que la oración funcionó y el Señor le ha hecho invisible, pero lo cierto es que usted queda aliviado y, mentalmente, le dice: “Gracias por pretender no haberme visto mientras que yo hacía lo mismo y evitar así un miserable encuentro que ninguno de los dos queríamos tener.”
Bueno, estos dos casos son llevaderos pues, al fin y al cabo, sólo cubren unos pocos minutos del día, lo grave es cuando usted tiene que convivir con una de estas personas que todo lo complican, que enredan hasta una pestaña. Veamos un caso típico:

Le dice el maridito a su esposa: “Mi amor, ¿quieres que vayamos juntos al gimnasio?”
“¿Me estás diciendo gorda?”
“Bueno, si no quieres hacer ejercicio no…”
“¿Me estás diciendo floja?”
“Cálmate mi amor, ya empezaste.”
“Ah, ahora me estás diciendo histérica.”
“Eso no fue lo que dije.”
“Ah, ¿entonces soy una mentirosa?”
“Bueno, hagamos de cuenta que no te invité, no vayas entonces…”
“A ver, a ver, ¿por qué quieres ir solo, ah?”
¡Pobre hombre! No encuentra trapo con qué agarrar a esta señora.
Todas estas personas son más o menos irascibles y tienen un propósito común: hacernos la vida miserable. Sí, la gente cansona, intensa, pesada, tiene el poder de tirar al piso el alma de los que los rodean y de amargar sus ánimos con una velocidad asombrosa.
Cualquier relación a largo plazo con gente así, crea una tensión que crece cada día. Sin importar la duración de una confrontación con estas personas, a menudo después de uno de esos funestos encuentros nos sentimos miserables. Un breve altercado con una de estas personas perturbadoras, nos arruina el día.
Este tipo de personas, que son una verdadera máquina de estresar, que nos exasperan, que nos drenan y nos agotan, están vivas solamente… porque la ley nos prohíbe hacerles daño.
Pero también, por supuesto, hay hombres insufribles:
Se cuenta de cierto maridito que a pesar de que su esposa hacía hasta lo imposible por complacerlo, por lo general ella siempre salía mal, sobre todo en el desayuno. Si le servía los huevos revueltos, él los quería tibios; y si se los servía tibios, el hombre los quería revueltos. Una mañana, la dama astutamente le preparó dos huevos revueltos y dos tibios. Los puso frente a él y le dijo: “Escoge mi amor.”
Esperó que esta vez por lo menos lo dejaría callado. Pues no… el tipo miró los dos platos y gruñó: “Revolviste los que debían ir tibios.”
Personas así, necesitan un abrazo alrededor del cuello… con una soga.
El asunto es que, a pesar de todo, no deseamos dejar de relacionarnos con esas personas, más bien anhelamos tener un vínculo menos complicado y una relación más sana pues a veces, la persona difícil es la pareja, la suegra, un hermano, un compañero de trabajo o un vecino. ¿Qué hacemos? Uno los evitaría pero ¿cómo?, si somos siameses, familiar y afectivamente hablando. He ahí el dilema: “Algunos de nuestros familiares son como los zancudos…molestan mucho pero tienen nuestra sangre.”
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