Pastor Diego Arbeláez

“Con orden y tiempo se encuentra el secreto de hacerlo todo, y de hacerlo bien.”

¿GRANDES HOMBRES?

¡GRAN DISCIPLINA!

Bien observó Robert Frost, un poeta estadounidense, “la vida es toneladas de disciplina.” Quienquiera que usted sea, cualesquiera que sean sus actividades, llevar una vida con significado requiere disciplina. La clave es que es mucho más fácil decir no a las tentaciones o a las opciones más sencillas y menos importantes cuando dentro de nosotros arde un sí, un fuerte compromiso.

Una vez que tenemos este compromiso, es necesario disciplina y trabajo duro para llegar hasta la meta. Necesitamos disciplina para que las redes sociales no nos roben todo el tiempo. Necesitamos la disciplina del estudio, del ejercicio, del comer sano, de la oración y la lectura de la Biblia.

Encargarse de su vida requiere disciplina. Sí, por toneladas. Pero la disciplina no se obtiene ni se mantiene con facilidad. Exige resistencia mental para vencer pasiones vanas y hábitos incorrectos. También requiere fortaleza para resistir el jalón de muchas tentaciones que de otro modo nos podrían atraer a actividades sin sentido. Pero más que nada, la vida de éxito, demanda concentración, un enfoque incesante en lo que más importa.

Ningún caballo ha llegado a un lugar si no se le pone primero las riendas. Ningún vapor o gas impulsa algo a menos que estén encerrados. Ningún Hidroituango se convertirá alguna vez en energía si todas estas aguas no se canalizan por un túnel. Ninguna vida crece a menos que esté enfocada, dedicada y disciplinada.

A eso se refirió Jesús con su sentencia: “…Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame.” (Lucas 9:23)

Comenta cierto escritor: “Con frecuencia en mi niñez emprendía una tarea con mucho entusiasmo, solo para desanimarme rápidamente. Un brillante día veraniego mi padre me mostró un experimento con una lupa y un periódico. Mientras movía la lupa de un lado al otro sobre el papel no pasaba nada. Pero cuando la sostuvo inmóvil en un sitio por un rato, enfocando los rayos del sol, se abrió un hueco.

Yo estaba fascinado, pero no capté el significado del procedimiento. Papá explicó que el mismo principio se aplicaba a todo lo que hacemos: Para tener éxito en nuestras vidas debemos aprender a concentrar todos nuestros esfuerzos en la empresa que tenemos a mano hasta que esté concluida.”

La disciplina es indispensable para que optemos con persistencia por el mejor camino; es decir, por el que nos va dictando una conciencia bien formada que sabe reconocer los deberes propios y se pone en marcha para actuar.

El valor de la disciplina se adquiere dotando nuestra personalidad de carácter, orden y eficacia para estar en condiciones de realizar las actividades que nos piden y poder desempeñarlas lo mejor que se pueda y ser merecedores de confianza.

Juan Gossain dijo en un foro recientemente: “Si tienes talento y no tienes disciplina es un desperdicio. Eso es una broma de la naturaleza.” Con esa máxima, quiso precisar, como lo han dicho los grandes escritores, que un talento sin disciplina no sirve.

Luego, concluyó: “Yo insisto, a los jóvenes hay que enseñarles que la disciplina es crucial. Pon tu imaginación al servicio del rigor del trabajo.” Con esto reafirmó que, si bien la imaginación es necesaria, siempre debe arroparse con el esfuerzo diario.

Por encima del talento están los valores comunes: tenacidad, amor, pero, sobre todo, disciplina. No nos queda más remedio, lo único que nos garantiza el éxito es la disciplina.

La causa de la mayor parte de nuestro desasosiego e inestabilidad se hallan en la falta de carácter disciplinado. La clase de disciplina que se necesita es mucho más profunda que la norma de levantarse cuando suena el reloj, o la de llegar a tiempo a las citas; abarca la disciplina que uno mismo se impone, el valor, la perseverancia que es la armadura interna del alma.

Las palabras semánticamente contrapuestas a disciplina y orden, son: rebeldía, insubordinación, desgobierno, anarquía y desacato. Todas estas palabras hablan de conductas reveladoras de indisciplina, conductas, como:

No saber escuchar. Malgastar el tiempo.

Dejar todo para última hora. Obsesionarse por imponer su opinión.

Llegar tarde a todos los compromisos. Ser mediocre y superficial en el trabajo.

No someterse de buena gana a la autoridad. Empezar buenos proyectos y no terminarlos.

No elaborar ni cumplir un presupuesto familiar. No combinar debidamente los colores del vestido.

No tener control sobre las emociones y los apetitos. Sentarse en el bus con desgobierno ocupando dos puestos.

Vivir en medio del desorden en la habitación, el taller, la oficina. Tomar atajos (el facilismo). Buscar modos de evadir el trabajo duro.

Aceptar cargos y compromisos y no realizar los deberes que éstos implican. No tener una agenda de actividades en la que establezca prioridades para trabajar.

Predicar y no practicar, como se revela en la siguiente conversación entre un padre y su hijo de nueve años:

“No es justo papá. Mamá quiere que yo arregle mi cama, pero yo no sé hacerlo.”

“Ya es hora que aprendas. ¿Dónde están tus sabanas limpias?”

“No sé.”

“¿Cómo que no sabes? Debes saber dónde se guardan tus cosas, hay que ser ordenado.”

El padre se dirige a su esposa y le preguntó: “¿Dónde guardas las sábanas de Miguel, querida?

“Están junto a las nuestras, contestó.”

Tras un largo silencio, volvió a preguntarle, en voz baja: “¿Dónde están las nuestras?”

Este caso, me recuerda al padre que le dice a su hijo: “Ten cuidado por donde caminas.” El hijo Responde: “Ten cuidado tú, recuerda que yo sigo tus pasos.”

Difícilmente podemos enseñar y menos exigir a nuestros hijos responsabilidad si nosotros no les damos ejemplo.