Rvdo. Silvio Gil Restrepo

Octubre 27 del 2019

LECTURAS: Eclo.35,12-18; Ps.65;2 Tim.4,6-18; Lc.18,9-14

 «Dios escucha al humilde».

 La sagrada liturgia de este domingo nos presenta algunas lecturas bíblicas que deben ayudarnos a seguir en nuestro proceso de ser mejores personas y mejores cristianos. Para ello nos dice por ejemplo en la carta de san Pablo a su discípulo Timoteo que «llegando al momento de mi partida, afronté dignamente el combate, he guardado la fe, y solo me falta recibir la corona de gloria que el Señor -Cristo-como justo juez me dará, y no solo a mí, sino también a todos los que esperan su gloriosa venida».

Qué hermoso ejemplo nos da san Pablo al término de sus días, a los cristianos de todos los tiempos, para que sigamos firmes en la fe de Cristo hasta el final, para que, como él, también nosotros reciba la corona de gloria eterna prometida por Cristo a los que le aman y le siguen hasta el final de sus vidas. Y en el evangelio de este domingo, el evangelista san Lucas nos trae el famoso pasaje del fariseo y del publicano (o recaudador) que van al templo a orar. El evangelista desea recalcarnos que observemos la actitud de ambos al hacer la oración. En el fariseo se nota su falta de humildad, y su prepotencia para dirigirse a Dios: «gracias te doy porque no soy como los demás: ladrones, desleales, adúlteros, ni como ese recaudador…ayuno y pago el diezmo.» En contraste, el recaudador se queda atrás y ni se atreve a levantar su mirada, sino que se da golpes de pecho y dice: «Oh Dios, ten compasión de mí que no soy más que un pecador». Y qué resalta Jesús de aquellas dos actitudes: «pues les digo que al volver a casa, el que estaba en paz con Dios era el recaudador, y no el fariseo. Pues el que se enaltece será humillado, y el que se humilla, será enaltecido». ¿Qué lección desea darnos Jesús?

Pues que debemos aprender a ser humildes en nuestra oración y en nuestras peticiones al Dios-Padre que nos conoce y sabe de nuestras necesidades. Los santos y los místicos siempre han enseñado que si algo es detestable para Dios es el orgullo y la prepotencia, pues estos en grado sumo son los que llevaron a los primeros padres al castigo de perder el paraíso, precisamente porque cedieron a la tentación del demonio: seréis como dioses. Jesús, con su propio ejemplo de vida y de virtud, y una humildad por decirlo así llevada hasta el extremo, nos enseña que la humildad es una virtud sumamente apreciada por Dios, porque el orgullo pierde al hombre. Los pobres y los humildes, a ejemplo de Cristo, serán exaltados a la gloria de Dios. Amén.