Vicky Dávila y “A mí también me pasó”.

 

Leí la columna escrita por Vicky Dávila, “A mí también me pasó.” Y creo que como a la mayoría de los lectores, me conmovió tremendamente. Y lo más triste es que este es tan sólo uno de los miles de casos que ocurren a diario en el mundo, niñas y niños, jóvenes y hasta adultos sufren y han sufrido este tipo de vejámenes. Lo que duele no es la impunidad, lo que lastima, lo es que estas personas sigan viviendo sus vidas y causando daño por doquier.

Se habla de “cadena perpetua”, no es la solución, pero sí creo que puede ayudar a reprimir un poco a quienes agotan estas conductas. Algunas personas catalogan este comportamiento como una “enfermedad” y en muchos documentales se transmite esta información e incluso se habla de tratamientos, bastante agresivos, para evitar que el paciente incurra en su proceder, pero, como todo tiene un pero, quien va a recibir el tratamiento, en verdad ¿quiere hacerlo? Porque se necesita una tremenda voluntad y deseo de no causar daño para aceptarlo. Esto me recuerda el tratamiento a que someten algunos jóvenes en diferentes países, a quienes quieren “curar” por ser gays. Aunque son casos totalmente diferentes, considero que hay conductas que jamás de los jamases se pueden curar con extirpar una parte de tu cerebro, y si a tal cosa hubiesen llegado los científicos, ya no habría criminales en el mundo.

Leyendo los argumentos que desfavorecen la imposición de cadena perpetua para los abusadores me quedé impactada: se dice que teniendo en cuenta que en la actualidad la pena a imponer a un agresor sexual es de más o menos 60 años de cárcel, esto ya de por sí asegura que el criminal pasará el resto de su vida privado de la libertad.

También se refieren al costo de la manutención anual de cada uno de estos sujetos, señalando una suma de aproximadamente $18’371.560,oo, agregando, además, que hay una sobrepoblación de 41.360 personas en las prisiones, por tanto el Estado tendría que sufragar unas sumas superiores a $120.218.981 en construcción de prisiones.

Es decir, que se invierte más en mantener a los criminales que en apoyo a las víctimas quienes sin lugar a dudas quedan marcadas de por vida. Y algunos se atreven a esgrimir excusas diciendo que los reclusos no tendrían oportunidad para lograr atenuantes y su posible reinserción a la comunidad. ¿Será que salen y no vuelven a delinquir?

Pero esto, dónde deja a quienes han sido víctimas de este tipo de agresiones. Cuántos años deben pasar para que estas personas puedan, recuperar su vida, y no entiendo las palabras PERDÓN Y OLVIDO, perdonar a quien o quienes agotan estos comportamientos y mucho menos olvidar, es inaceptable. Solo quien ha vivido esta situación entiende lo que se siente, la impotencia, la angustia, el temor. Es muy fácil para quien se sienta detrás de un escritorio, presentar argumentos sin haber sufrido en carne propia este tipo de comportamientos.

Yéndonos a otros delitos, las víctimas de hurto, pregúnteles cuánto tiempo les tomó a estas personas recuperarse de esta sensación de inseguridad, cualquier mirada, roce o llamada qué sensación le produce, ahora a quien han lastimado física, moral y cerebralmente, porque esto queda grabado en el cerebro por siempre.

Me siento impotente para sugerir siquiera una opción para, al menos, controlar este tipo de delincuencia, salvaguardar los niños quienes son los más vulnerables y mantener a raya a quienes abusan de ellos. Sólo me resta invocar por una ley menos laxa y más justa.