Pastor Diego Arbeláez


“A la gente mayor se le hace sentir inútil, y eso está muy mal. Si dejan de usar el cerebro, no les funciona más.”
ESTILO DE VIDA DESECHABLE
Tenemos una crisis de apreciación de valores: Todo es desechable: La religión, la moral, los padres ancianos, los trabajadores, los amigos, los hijos y el matrimonio.
Quiero compartirles una nota del prolífico escritor uruguayo Eduardo Galeano:
No consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco. No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar. Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales. ¡Se entregaron inescrupulosamente a los objetos desechables! Sí, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables!
¡Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida! ¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después! La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta los platones para lavar la loza….
En cambio, ahora todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más basura. El otro día leí que se produjo más basura en los últimos cuarenta años que en toda la historia de la humanidad.
No es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el “guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo,” pasarse al “compre y bote que ya casi llega el modelo nuevo.” Hay que cambiar el carro cada tres años como máximo, porque si no, eres un pobretón…. aunque el que tengas esté en buen estado. ¡Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!
Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez al año, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.
Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre…. Me educaron para guardar todo. ¡Todo! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir….
Me muero de ganas de hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos…. ¡No lo voy a hacer! Me muero de ganas de decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables….
No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, o que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos….
Esto sólo es un comentario que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la “fiera” (así llama a su mujer el escritor) como parte de pago de una señora con menos kilometraje y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la “fiera” me gane de mano y sea yo el entregado.
Hasta aquí el simpático comentario de Eduardo Galeano que concuerda perfectamente con lo que ya hemos dicho aquí, en esta era de cosas desechables estamos desechando también a los seres humanos.
Los padres son desechados por viejos, por enfermos, por problemáticos o por anticuados. La consigna parece ser: ya no se usan, hay que botarlos.
Muchos hijos prometieron a sus padres honra y lealtad y sellaron sus promesas con besos y abrazos, pero con el tiempo levantaron el vuelo como si nada, y abandonaron a sus viejos dejándolos heridos y destrozados. Uno de estos ancianos, sólo atinaba a decir: “Me siento solo a pesar de tener familia. Me siento triste a pesar de reírme de todo. Me siento débil a pesar de demostrar ser fuerte.”
Si la contaminación material está siendo objeto de preocupación y estudio, más debiera inquietarnos el exceso de padres ancianos y enfermos que, una vez que han servido para un determinado momento de la vida, se les aparta como a trastos inútiles sin tener en cuenta el terrible dolor que se les ocasiona con esta actitud. La infidelidad no sólo es engañar o quebrantar un código moral, es lastimar, herir y destruir al ser querido.
El siguiente caso, que se dio en algún lugar de Estados Unidos, es una muestra patética de esta dura realidad:
“Quédate aquí —dijo la mujer aparentando afecto—. Aquí vas a estar bien. Verás correr a los perritos y te vas a entretener.” Luego, puso una bolsa con pañales a su lado y una nota que decía: “Me llamo John King; padezco de Alzheimer,” y desapareció, abandonando al anciano en una pista de carreras de perros.
La que abandonó al anciano era Sue Gifford, mujer de cuarenta y un años de edad. El anciano abandonado era su propio padre, de ochenta y dos años, víctima de Alzheimer. Para librarse de la carga que significa esa enfermedad, la hija lo llevó a ese lugar y lo abandonó en su silla de ruedas. La mujer fue ubicada luego y capturada. El juez la condenó a seis años de prisión.
Abandonar a los padres ancianos por cualquier causa que sea, y especialmente si es sólo por quitarnos de encima el estorbo que ellos nos resultan, es el colmo de la ingratitud y esto trae serias consecuencias. La Biblia advierte: “El hijo que se burla de su padre, y menosprecia la enseñanza de su madre; los cuervos le saquen los ojos.” (Proverbios 30:17).
En muchos lugares hay establecimientos excelentes que se especializan en prestar la atención debida a los ancianos enfermos y muchos hijos, con sabiduría y cariño, sabiendo que allí tendrán mejores cuidados, internan a sus progenitores inhabilitados allí pero no los abandonan. Los visitan constantemente, se toman el tiempo para estar con ellos, mostrando preocupación y ternura.
Sin embargo, cuando los hijos no tienen la facilidad de internar a sus padres en lugares como esos, tienen que ponerse en juego otros recursos. En tales casos hace falta un amor muy especial y un cariño único para atenderlos. ¡Qué bendición se acarrean los hijos nobles y considerados con sus padres!
¡Qué paradoja! Los museos y las casas de familia, están llenas de objetos, muchas veces inservibles, anticuados, deteriorados que, sin embargo, son conservados y cuidados con cariño y esmero por el mérito artístico y cultural que encierran o por el valor sentimental que tiene para sus dueños, para la patria o para las generaciones futuras. En cambio, los padres que fueron muy queridos, que prestaron valiosos servicios con su vida, que lucharon y nos amaron y que aún viven y sufren no se les tienen como tesoros de inestimable valor… ¿Es que, acaso, son más importantes las cosas que las personas?
Comentarios recientes