Pastor Diego Arbeláez

“Hay días que tengo el temperamento ligeramente nublado con probabilidad de tormentas, rachas fuertes de vientos y lluvias densas.”

CONOZCO BIEN MIS LÍMITES, SÉ DOMINARME

Le contaba cierto joven a su pastor que estaba aprendiendo técnicas de defensa personal. El pastor le dijo a su vez que de joven él había hecho lo mismo. El muchacho le preguntó qué técnica había aprendido, si boxeo o judo.

 “Ninguno de los dos -replicó el pastor-, yo seguí la técnica de Salomón.”

 “¿La técnica de Salomón, cuál es esa?”- preguntó intrigado el joven-

 “Ésta en Proverbios 15:1 y dice: “La Blanda respuesta quita la ira.”

 ¡Qué gran verdad! La blanda respuesta es la mejor manera de desarmar al más encarnizado opositor. Pero, para responder así con amor y dulzura a una persona impertinente hay que tener la virtud de la templanza.

 Templanza es moderación en el uso de lo bueno y abstinencia total de lo malo.

 La templanza, que es el vigor del alma,  es una cualidad humana que induce a usar o hacer las cosas con  mesura. En un sentido más amplio templanza es sinónimo de “moderación, sobriedad, continencia, austeridad y disciplina.

Un joven francés iba empujando calle abajo el cochecito de su hijo que berreaba rabiosamente.

 “Por favor, Bernardo, domínate -decía el padre con tranquilidad-. Toma las cosas sin alterarte, Bernardo. No te dispares. Conserva la calma.”

“Felicitaciones, caballero -le dijo una señora que había estado observándolo-. Usted sí sabe cómo se le debe hablar a un niño… así con calma y suavidad.”

 Luego, inclinándose sobre el cochecito dijo: “De modo que este precioso niño se llama Bernardo ¿eh?”

 “No, señora – corrigió el joven -. Se llama Andrés. Yo soy Bernardo.”

 ¡Eso sí es tener frenos! Eso es templanza. Una persona con templanza reacciona de manera equilibrada ya que goza de un considerable control sobre sus emociones y es capaz de dominar sus impulsos.

La principal tragedia de la humanidad  es que el hombre ha dominado las fuerzas naturales antes de aprender a dominarse a sí mismo. ¿De qué le sirve tener el mundo a sus pies, si no es dueño de sí mismo? ¿De qué le sirven todos los inventos y todas las libertades, si sigue esclavo de sus bajas pasiones, de sus vicios, de su pereza, de su estómago, de sus apetitos, de su sensualidad y de sus odios?

El hombre ha logrado ejercer un casi absoluto dominio sobre la naturaleza; ha penetrado al fondo mismo de los océanos y ha puesto el pie en la luna.  Sin embargo, sigue siendo tan cierto hoy como en la edad de piedra, que lo más difícil para él es su autocontrol. El hombre más poderoso es el que es dueño de sí mismo.

Otra palabra para templanza es dominio propio. La palabra griega para dominio propio procede de la raíz que quiere decir  “agarrarse” o “aferrarse a”, lo cual describe la fortaleza de la persona que se apodera de sí misma, que es capaz de controlarse totalmente. 

o contrario de templanza es desenfreno, exceso, intemperancia, libertinaje, lujuria. De manera que desaparecida la templanza, el hombre se precipita a las mayores torpezas y desordenes, es como un carro loco. 

En la mitología llaman “Centauros” a aquellos  seres inventados que son mitad hombre en la parte superior y caballo en la parte inferior del cuerpo. De alguna manera todos somos así. El reto es procurar  ser totalmente hombre, domando la parte inferior, la parte animal de nuestro ser, para que solo aparezca y sobresalga la parte superior, inteligente y noble.

En todo momento debemos mantener el ánimo bajo el dominio de nuestra voluntad, mostrándonos tranquilos ante los ojos de los demás y ante nosotros mismos como resultado del control por las fuerzas interiores, frenando nuestra bestia interna.  La inmovilidad de un potro no quiere decir que sea un animal dócil, sino que la energía del jinete lo sujeta.

 La calma trae sabiduría y la sabiduría le da luz y serenidad en las decisiones importantes. Hemos de evitar que nuestras emociones nos controlen. Es mil veces mejor no pronunciar las palabras que se nos vienen a la cabeza en momentos de ira, que tener que retractarnos después. Perder la paciencia es perder la batalla. ¡Sujete su potro! Ningún hombre es libre si no es dueño de sí mismo.  

 Un temperamento agradable puede suplir  la falta de belleza; la belleza, sin embargo, no alcanza a compensar al temperamento rancio. El hombre de carácter avinagrado, más merece compasión que repudio. Esta es mi oración preferida: “Señor, que los malos se vuelvan buenos y que los buenos se vuelvan amables.”