Hoy no quiero estar muy seria con el tema de esta semana, por eso les voy a contar un pequeño detalle que me sucedió.

Me regalaron un saco, como decimos en Colombia, traído de Perú, hermoso, con diferentes colores y con los famosos corchetes que permiten que al cerrarlo no se vean botones. Pues bien, he tenido este magnífico abrigo, ya que es amplio, bastante largo, me llega debajo de las caderas; por varios años, todas las mañanas al levantarme era lo primero que sacaba del closet y me lo ponía, hasta que hace poco, mirándolo, pensé, no se ve sucio, no tiene mal olor, más bien tiene el aroma del perfume que uso, pero en realidad, es justo y necesario lavarlo.

Empecé a lavarlo a mano, como tradicionalmente lo hago con este tipo de prendas, para colocarlo después sobre una toalla, estirarlo y dejarlo allí, pero no, se me ocurrió que teniendo máquina de lavar, era mejor hacerlo allí, ya que la ropa sale bien escurrida, además, fue mi excusa, como tenía ropa delicada en ella, era lo más lógico para mi apreciado abrigo.

Cuando la máquina hizo su consiguiente pi piri ripi pipi al terminar su ciclo, corrí, retiré todas las prendas y vi lo limpio que había quedado mi saco, lo dejé de último porque quería colocarlo sobre una toalla para su secado.

Preparé un toallón y vine por mi prenda favorita, empecé a sacarla con mucho cuidado, y noté algo que me hizo fruncir. El hermoso saco que me llegaba hasta debajo de las caderas y cuyas mangas eran bastante anchas, había reducido su tamaño hasta quedar en la talla, posiblemente para una niña de 5 años. Pero lo más curioso es que encogió en forma pareja, los corchetes encajan perfectamente, los colores se conservan, la pinta o sea, los dibujos no cambiaron en lo más mínimo, ahora es un hermoso abrigo infantil.

Por eso, hoy día, como dicen los peruanos, hay que mirar la etiqueta con las advertencias a la forma de lavado de las prendas.