LECTURAS: Is.61,111; Ps.126;1 Tes.5,1628; Jn.1,68.1928
Estamos ya en el tercer domingo de adviento a la espera del Señor que viene, y por ello la liturgia llama a este el domingo del «gaudete”, o sea, de la alegría porque sabemos de la proximidad del esperado de las naciones, el Mesías anunciado por los profetas que viene a liberar a la humanidad del yugo del pecado, con el ejemplo de su vida, su palabra y su sacrificio salvador. Por ello tan bellamente dice el profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar la buena noticia a los que sufren, a promulgar la liberación, y la gracia del Señor”. Y todo ello se cumple en la divino humana persona de Jesucristo, como el Mesías esperado. Y también por ello, la carta de san Pablo a sus discípulos de Tesalónica dice que: “Estén siempre alegres, y que el Dios de la paz los santifique a la espera de Jesucristo el Señor en su gloria”. Y el evangelio de este domingo nos recuerda al precursor Juan Bautista, que al ser interrogado por los sacerdotes judíos del templo, claramente les contesta que él no es el mesías, sino la voz que clama en el desierto pidiendo que sean allanados y preparados los caminos del Señor, como lo dijo el profeta Isaías.
Y también les aclara que él bautiza con agua, pero que en medio de ustedes hay uno que no conocen, pero de quien ni siquiera soy digno de desatar la correa de su sandalia… y El los bautizará con el fuego del Espíritu Santo. Así tan bellamente, y por decirlo así Juan Bautista hace la presentación del Mesías Cristo, a los doctores de la ley judía, y al pueblo (pueblos) que El venía a redimir. Roguemos pues hermanos en la Fe de Cristo, que El mismo nos ayude a prepararnos para el precioso recuerdo de su venida para nuestra liberación espiritual, y aún material de la humanidad. Que así sea. ¡Amén!
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