LECTURAS: Jerusalén. 31,31-34; Hebr. 5,7-9; Ps. 50; Jn. 1 2,20-33
Según la sagrada liturgia cristiano-católica, este ya es el quinto domingo de cuaresma, o sea que el próximo será ya el domingo de ramos, o de la entrada triunfal de Cristo a Jerusalén.
En la lectura del profeta Jeremías, Dios desea recordar a su pueblo que El podrá su nueva ley, no en tablas –como las de Moisés- sino en el corazón, en la conciencia, “y Yo seré su Dios, y ustedes serán mi pueblo”. Y en el salmo 50 –que hoy nos trae la liturgia- es el más hermoso acto de contrición del corazón humano, pidiendo a Dios perdón y misericordia (y que se atribuye al rey David), y del cual debemos apropiarnos cuando imploramos perdón y gracia a Dios. Y el evangelio de este domingo nos trae el pasaje de los extranjeros -griegos- que desean ver o conocer a Jesús, pues ya la fama de Jesús había traspasado la frontera galilea. Y esto es muy hermoso, pues Jesús vino a realizar su plan de salvación no solamente para los judíos, sino para toda la humanidad. Y por ello, es igualmente bella la respuesta de Jesús: “Ha llegado la hora de que el hijo del hombre (él mismo), sea glorificado, porque si el grano de trigo no muere, no da fruto, pero si muere, dará mucho fruto”. Y ello es una referencia al sacrificio de su vida en la cruz, a su muerte y resurrección, por la cual somos salvos: “pues cuando sea levantado en lo alto (la cruz), todo lo atraeré hacia mí”. Roguemos pues a Jesús que nos ayude a recordar y a celebrar dignamente el misterio de su pasión muerte y resurrección, para que “si sufrimos con El, con El también seamos glorificados”. Que así sea. ¡Amén!


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