LECTURAS: Hech.8,5-17; Ps.65; 1 Pe.3,15-18; Jn.14,15-21
La sagrada liturgia de este domingo nos trae hermosas lecturas bíblicas que deben ayudarnos a seguir creciendo en nuestro conocimiento y amor a Jesucristo, centro y fin de nuestra fe cristiana. Y por ello, el libro de los Hechos apostólicos nos describe que cuando los apóstoles predicaban, oraban e imponían sus manos sobre los creyentes, estos recibían el Espíritu Santo y quedaban firmes en la fe de Cristo. Y esto es lo que sigue sucediendo en la Iglesia universal cuando los feligreses reciben el Bautismo y la Confirmación, pues estos sacramentos como su nombre lo indica, nos confirman en la fe de Cristo como un regalo de Dios, y por ellos quedamos incorporados al cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia universal. Y la segunda lectura nos trae hermosas palabras del apóstol Pedro en su primera carta, como cuando dice: “muestren con santidad de corazón que Cristo es su Señor, y así estén listos a dar razón de su esperanza… pues Cristo sufrió la muerte como único y definitivo sacrificio por el pecado, siendo El inocente, murió por los culpables para llevarlos a Dios».
Qué texto más hermoso que podemos completar con otro no menos precioso de san Pablo: «murió y se entregó por mí». Y el evangelio de este domingo nos recuerda nada menos palabras de Jesús en su última cena con sus discípulos cuando les dice: «si me aman, guarden mis mandamientos, y Yo rogaré al Padre que les envíe otro defensor: el Paráclito, Espíritu de la verdad para que esté siempre con ustedes…así pues que no os dejaré desamparados…y comprenderán que Yo estoy en el Padre, y que ustedes están en mí, y Yo en ustedes».
Hermanos en la fe de Cristo, creo que debemos estar muy felices por estas hermosas palabras de Jesús resucitado a sus discípulos inmediatos, los apóstoles. Pues ellas deben seguir resonando en los oídos de sus discípulos de todos los tiempos, y por lo tanto, también en nosotros como los herederos de la fe de los apóstoles, con la seguridad de que El sigue vivo y actuante a nuestro lado. Y como lo dijo a sus apóstoles: “no os dejo solos, sino que os envío mi Espíritu consolador, que estará siempre con vosotros hasta el fin”. Que así sea. ¡Amén!
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