Septiembre 29 del 2019
Lecturas: Amós 6,1-7; Ps.91; 1 Tim.6,6-19; Lc.16, 19-31.
Parábola del rico y el pobre.
La sagrada liturgia de este domingo nos presenta la famosa parábola del rico Epulón, y el pobre mendigo Lázaro. Y en términos generales digamos que aquel rico acostumbraba hacer espléndidos banquetes con alguna frecuencia en su palacio. Y en ésta ocasión, y posiblemente también en otras, aquel pobre mendigo llamado Lázaro, se sentaba a las puertas de su casa con la esperanza de que él, o alguno de sus comensales, se compadecieran de su hambre y su pobreza, y por ello le brindaran siquiera un mendrugo del pan sobrante. Pero eso nunca pasaba. Y como generalmente sucede, los que tienen bienes en abundancia ni siquiera se percatan de que hay mucha gente con física hambre. Pues bien. Y el cuento de la parábola es que aquel rico murió, y que, por su inmenso egoísmo y su falta de solidaridad con pobres como Lázaro, la justicia de Dios lo envía al infierno. Y desde allí el clama al padre Abraham y a Lázaro que ve en su compañía, para que se compadezca de su sufrimiento en llamas, y le mitigue su ardiente sed con un poco de agua. –Pero en el diálogo el patriarca le dice de la absoluta imposibilidad de comunicación entre el cielo y el infierno. – Y Epulón intercede para que sean avisados sus hermanos y no vayan a parar a su mismo infierno. Pero la respuesta es que, si no hicieron caso ni siquiera a Moisés y a los profetas, tampoco creerán, aunque un muerto resucite.
Revdo. Silvio Gil Restrepo
Pues bien. ¿Qué enseñanza podríamos sacar de ésta parábola? Digamos que si queremos que al final de nuestras vidas Dios tenga piedad y misericordia de nosotros, también debemos ejercitarnos en tener compasión y misericordia con otros prójimos que puedan estar más necesitados que nosotros, y con quienes todos tenemos el deber ético y cristiano de ayudarlos en la medida de nuestras posibilidades. Recordando también como lo dice el apóstol que «la fe sin obras está muerta». Y por lo tanto, el camino de la salvación también tiene una fuerte relación con nuestras actitudes de una caridad fraterna. Roguemos pues al Jesús de la misericordia, que nos enseñe a ser misericordiosos como Él nos lo enseñó. Que así sea. ¡Amén!
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