Quizás a usted no le diga nada este nombre, ni a mucha gente, pero sin embargo, les voy a contar cómo vi a esta señora, con ojos de niña, de adolescente y también como la reconocí a esta edad de mi vida.
Empezaré con mi madre, ella llegó con tres hijos y una muchacha rescatada de una especie de secuestro a Puerto Tejada (Cauca), a reunirse con su esposo quien ejercía la odontología en ese lugar como un último refugio, escapando de la violencia que se vía en esos años en Antioquia y Caldas, posteriormente también en el Valle. Físicamente mi madre medía 1.50 de estatura, redondita pero de buenas formas, muy blanca y con unas mejillas rosadas, la sonrisa era constante en su rostro y tenía un timbre de voz que cuando reía su carcajada era realmente contagiosa. Me refiero a su físico para hacer hincapié al hecho de que en el pueblo, típico porteño, donde la piel oscura era general, mi progenitora era la única persona de esta raza y sus hijos lo eran igual, sin embargo mi padre tenía una piel más curtida.
El hecho es que al llegar al pueblo donde la violencia estaba viva, había alborotos por doquier tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, mi madre arribó para reunirse con su esposo, sin nadie conocido, pero curiosamente y ese detalle no lo sé, una jovencita muy agraciada, con cabellos rizados largos y unos ojos alegres y de un color que hasta ahora no puedo descifrar, se acercó a ella, la saludó y le dijo: “Soy Margarita Ramírez”. A partir de ese momento se hicieron amigas.
Cuando las aguas se calmaron y el pueblo empezó su rutina hubo una convocatoria para un reinado del pueblo, recuerdo que una de las candidatas se llamaba Tanané y Margarita era la otra, en ese entonces el reinado lo ganó esta última por su generosa simpatía. Mi madre regularmente la llamaba Margot, pero cuando hablaba de ella la refería como la reina, situación que hacía que Margarita soltara su amable risa.
Nuestras visitas eran frecuentes a Vuelta Larga, zona donde vivían don Vicente Ramírez y doña Laura Medina, sus padres con sus hijos Luz Marina, Rafico, Jaimito y obviamente Margarita. Pero siendo ésta una jovencita atractiva, inteligente y amable, pronto uno de los jóvenes, más apetecido, como se decía en aquella época, puso sus ojos en ella y pronto contrajeron matrimonio. La pareja construyó su casa frente a la de sus padres, y nació su primer hijo, Vicentico, llamado así para no confundirlo con el abuelo del mismo nombre, y la relación con mi madre se acrecentó al ser nombrada madrina de bautismo del pequeño, cuando nació el segundo vástago, Plutarco Elías, fue mi hermana quien tuvo el honor de ser la madrina, yo quedé en un tercer puesto a la espera de que esa familia aumentara, pero se quedó allí.
Ir a la casa de Margarita significaba, alegría, risas por doquier, comida deliciosa, que aún recuerdo y saboreo, preparada en compañía de Alba, una mujer que siempre la acompañó; mi madre y ella compartían conversaciones picantes que no nos comunicaban pero que inundaban el ambiente de manera increíble, haciendo que el tiempo pasara volando y que nadie quisiera despedirse.
Cada vez que se conocía de algún evento para ayudar a la comunidad, el nombre de Margarita surgía como una bandera, ayudando, acompañando, siendo generosa en todos los sentidos.
Cuando dejamos el pueblo, la ausencia y la distancia nos alejaron físicamente, pero la amistad perduró a través de los años y de la descendencia de unos y otras.
Hace cinco años logré comunicarme con ella a través de su celular, ya ausentes miembros de ambas familias y me prometí que iría a visitarla llevándole un serial de fotografías que nos traerían recuerdos gratos, pero de pronto nuestros teléfonos se desconectaron y no volví a saber de ella.
Ayer, me propuse buscarla y no dar más esperas, gracias a esta herramienta llamada internet, la encontré, fue un duro golpe para mí, entendí su silencio, el 28 de mayo de 2017, en la isla de San Andrés, falleció nuestra querida amiga, su fotografía un tanto borrosa, pero donde se puede apreciar esa mirada afectuosa con unos ojos de un color indefinido, nos dijo adiós.
El año pasado, 17 de octubre, su menor hijo, Plutarco Elias, médico, no pudo superar el Covid19, y se reunió con su madre.
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