Rvdo. Silvio Gil Restrepo

LECTURAS: Is.58,7-10; Ps.111; 1 Cor.2,1-5; Mt.5,13-16

La sagrada liturgia de este domingo nos trae bellas lecturas bíblicas que deben servirnos para seguir avanzando en nuestra formación cristiana, y para que ésta redunde en unas mejores relaciones humanas. Y así nos encontramos con un breve texto del profeta Isaías, que debe movernos a compartir el pan con el hambriento, y el techo con el desamparado, porque así también, está escrito que «El Señor tendrá misericordia con el que es misericordioso».

Y luego el apóstol Pablo nos dice bellamente que él no predica con elocuencias humanas, sino que ya «había decidido no saber nada fuera de Jesucristo, y de El crucificado». Precioso testimonio paulino que debe ayudarnos a entender y no perder nunca de vista siempre que prediquemos, que el objetivo central de toda predicación es pregonar a Cristo, como nuestro Señor y Salvador.

Y el evangelio de este domingo se centra en la enseñanza de Jesús de que sus discípulos debemos ser luz del mundo, y sal de la tierra. Que seamos luz con el conocimiento de Cristo para iluminar con la sabiduría de su evangelio a muchos otros que andan en las tinieblas del error y la desesperanza, precisamente porque aún no le conocen. Y que seamos también la sal de la tierra, porque todos sabemos que la sal junto a otros elementos sazona y le dan buen sabor a los alimentos, y por ello los hacen más apetitosos, e incluso saludables. Jesús, pues, hermanos en la fe, con la sabiduría y sencillez de sus palabras nos da pautas a todos sus discípulos para que sigamos progresando en el camino de nuestra fe en El. Y para que, precisamente iluminados por la luz de su palabra -su Evangelio- seamos capaces de seguirle, y de ayudar a otros a que también lo encuentren y lo sigan, porque como El mismo lo dice en su evangelio: «Yo soy la luz del mundo, y quien me sigue no anda en tinieblas”. Que así sea. ¡Amén!