LECTURAS: Is.25,1-9; Ps.23; Flp.4,1-9; Mt.22,1-14

La sagrada liturgia de este domingo nos trae bellas lecturas bíblicas que deben ayudarnos a seguir en el conocimiento y el seguimiento de Cristo, que es el objetivo de la liturgia. Y así, por ejemplo, la Iglesia nos propone para la meditación de este domingo, un pasaje del profeta Isaías en el que nos habla del reino de Dios como de la invitación a un banquete, que colmará nuestras alegrías. Y en la segunda lectura nos trae un hermoso texto de san Pablo a los Filipenses, en el que nos dice que él ha aprendido a vivir en pobreza, o en abundancia, o en cualesquiera circunstancias, gracias a que «todo lo puedo en Cristo que me fortalece». Qué hermosa lección nos da san Pablo, pues nos dice que su fe en El, le da la fortaleza que requiere para los embates de la vida. Y el evangelio de san Mateo nos trae el pasaje de aquel rey que invita a sus amigos al banquete de bodas de su hijo, pero resulta que todos tienen suficientes disculpas para no ir. Y entonces el rey enfurecido manda un castigo sobre ellos, y dice a sus criados que vayan a las afueras de la ciudad e inviten a todos los que encuentren, buenos y malos.

Entonces el rey entra a saludar a los invitados, pero encuentra a uno que no tiene el vestido adecuado para la fiesta, y ordena que sea sacado del recinto, porque «muchos son los llamados, pero pocos los escogidos». Entonces, pensemos, ¿qué enseñanza desea darnos Jesús con ésta parábola?, pues digamos que Dios nos invita de manera permanente a que vayamos a su casa, a que sigamos las enseñanzas de su Hijo Jesús que nos presenta continuamente en su Evangelio, como el vestido que debemos ponernos para poder entrar en su fiesta, en el banquete de su reino. Y parece que muchas veces no percibimos esa invitación, o como los invitados del evangelio de hoy, no deseamos ir a esa fiesta, y sacamos todas las disculpas posibles para no asistir. Pues bien. Digamos también, que Jesús como el buen pastor que es, el divino pastor de nuestras almas, sigue tocando y llamando a nuestra puerta para que vayamos a su fiesta, y que, como dice el salmo de hoy: «El Señor es mi pastor, nada me falta». Que así sea. ¡Amén!