LECTURAS: Deut.8,2-16; Pds.147; 1 Cor.10,116-17; Jn.6,51-58
Las Iglesias católicas celebran este domingo la festividad del llamado Corpus Christi, o sea, en homenaje a la divina Eucaristía instituida por el mismo Señor Jesucristo en su última cena con sus discípulos, los apóstoles, cuando se despedía de ellos en la víspera del misterio de su pasión, muerte y resurrección. Y ¿qué significa Corpus Christi?, pues es el enunciado en latín de las palabras Cuerpo de Cristo, o Eucaristía, esto es, el dogma cristiano-católico por el cual creemos que Jesucristo está realmente presente, en su cuerpo y en su divinidad, en la hostia y en el cáliz o vino consagrado a partir del momento en que en la misa, el sacerdote celebrante pronuncia las palabras de la consagración, las mismas que dijo Jesús en su última cena con sus discípulos: «tomen y coman, porque éste es mi cuerpo», y les entrega el pan. Y «tomen y beban de éste cáliz, porque es mi misma sangre que será derramada -en la cruz-por todos para el perdón de los pecados… y todas las veces que hagan esto, háganlo en nombre de Mí».
Y así con estas palabras Jesús instituyó el sacramento de la santa Eucaristía o comunión, o como comúnmente se dice, la santa misa, que es entre otras cosas, el acto celebrativo más importante y más sagrado que pueda realizar un sacerdote, para lo cual debe estar canónicamente, o legítimamente ordenado por un obispo, igualmente legítimo. Y ésta es además, la dignidad más grande del sacerdote, poder celebrar la santa misa o eucaristía para sí mismo, y para la feligresía de su Iglesia, y por todas las buenas intenciones que se puedan tener. De modo pues, hermanos, que cuando asistimos a la santa misa, es como si estuviéramos acompañando al mismo Jesús, como los apóstoles, en su cena de despedida. Pero, más que despedida, Jesús lo que deseó fue precisamente quedarse o seguir presente entre los suyos, sus discípulos, y por ello -por decirlo así- tiene la genialidad de inventarse su presencia eucarística, o sea, quedarse realmente presente, aunque de manera misteriosa para nosotros, en la eucaristía, pan y vino consagrados por sacerdotes legítimamente ordenados. Hermanos, demos gracias a Dios-Padre de nuestro Señor Jesucristo, por el don de la eucaristía, por medio de la cual, El sigue realmente presente entre sus discípulos de todos los tiempos, que somos nosotros, y los demás que vengan en el tiempo. Y así, El cumple su palabra de estar o seguir presente entre los suyos según su promesa: «Yo estaré con vosotros hasta el fin». Que así sea. ¡Amén!
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