Si, les voy a hablar de mi padre. Físicamente era un hombre alto, de piel morena, de caminar tranquilo y mirada risueña, siempre dispuesto a gastarte una broma si le dabas oportunidad. Regularmente lo vi con su camisa médica blanca, pero cuando salía vestía traje completo, con camisa de mancuernas y corbata con pisa-corbata. En su juventud a esta vestimenta le agregaba un sombrero un tanto ladeado que era como su marca para mirar a las damas.

El recuerdo que tengo de sus enseñanzas no fueron pocas y si tuviera que señalarlas todas, me tomaría más de una página en hacerlo, así que solo mencionaré las que considero han sido básicas en mi formación.

Era emprendedor, siempre estaba mirando algo qué hacer y en general era auto-suficiente, con una paciencia enorme, había dos frases que repetía con bastante frecuencia: “Todos los extremos son malos” y “Todo tiene solución en la vida”, así que con esa filosofía los problemas se resolvían rápidamente. Era un gran lector, tenía en su biblioteca “Las mil y una noches”, “Don Quijote de la Mancha”, “Aura y las violetas” y varias enciclopedias de la guerra y la llamada “Jackson” que constaba de algo así como 20 tomos, fuera de muchos otros libros que ahora no recuerdo. Tuvo toda la colección de la revista Selecciones y Mecánica Popular, y recibía desde Alemania una revista sobre los últimos avances odontológicos.

Nunca tuve largas charlas con él, pero tenía plena confianza en que siempre tendría su apoyo y así fue durante toda mi vida.

A su lado aprendí a aplicar anestesia local, extracción de piezas dentales, hacer obturaciones y todo lo concerniente con la odontología, incluso todo el procedimiento de laboratorio para realizar prótesis dentales e implantes. Aparte de su profesión ideó un nuevo ingreso económico para la familia, instalando un estudio fotográfico y el respectivo laboratorio, todos aprendimos ese oficio, pero al salir para los colegios el negocio quedaba corto de personal y por tanto no prosperó. Sin embargo, su visión era amplia para los negocios y siempre me enseñó que cuando se quiere trabajar hay que hacerlo honestamente, ser constante, siempre veía más allá de lo que la vida le ofrecía, incansable, dispuesto, desconocía la palabra NO, aunque algunas por eso mismo, la suerte le fue adversa, no lo escuché quejarse.

Sobre todo, tenía la capacidad de reírse de sí mismo, se burlaba de sus errores y los contaba de una manera que convertía una mala inversión o una mala decisión en una experiencia divertida.

Después de su partida me di cuenta que estaba orgulloso de mí, cuando encontré en su billetera una hoja de papel con mi hoja de vida y que mostraba a sus amigos, quienes me comentaron que presumía con ella.