La sagrada liturgia de este domingo nos adentra ya -por decirlo así- en la vida pública de Jesús, puesto que Juan Bautista lo da a conocer a partir de su bautismo en el Jordán, diciendo que no es digno de Él, ni siquiera de desatar la correa de su sandalia. Y como lo dice también el apóstol Pedro, que «Jesús pasó por este mundo haciendo el Bien», curando a los enfermos, sanando a los contritos de corazón, y predicando el reino de Dios-su Padre, para todos los que quisieran acogerlo. Y es muy bello el pasaje de su bautismo, puesto que allí se manifiesta igualmente la presencia de Dios que envía su Espíritu en forma de paloma, posándose sobre su cabeza, y escuchando su voz desde el cielo que dice: «Este es mi Hijo amado en quien me complazco, escúchenlo». Y pues entonces recordando el bautismo de Jesús, también recordemos el nuestro, por el cual precisamente nos hicimos sus discípulos siendo bautizados en su nombre, y como tales, dispuestos a trabajar por la gloria de su nombre,
LECTURAS: Is.65,1-9; o, Hech.19,1-7;Ps.28; Mc.1,4-11 –

desde luego cada cual en la medida de su vocación y de sus posibilidades, pues bajo el nombre de cristianos caben todas las vocaciones, todas las profesiones, y todos los trabajos que sirvan al bienestar y al bien común de toda la comunidad humana. De modo hermanos en la fe de Cristo, que el recuerdo del bautismo de Jesús nos sirva a todos para rememorar el nuestro, y para confirmar nuestra fe en El, de modo tal que incluso le roguemos que nos ayude a serle fieles hasta el fin. Que así sea. ¡Amén!

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