Sé que mi oído no es el mejor, pero la verdad, desde que usamos los tapabocas han empeorado, me cuesta entender lo que me dicen, sobre todo si la persona está detrás de un vidrio como lo son cajeros, pues bien, ¿a qué viene esta explicación? Nada menos para contar lo que me ocurrió en una sala de espera hace poco.
Sentada esperando mi turno con la médica que me viene tratando, inicialmente, en una sala más o menos llena, donde todos nos protegíamos dejando el consabido asiento de por medio libre y con los cubrebocas que solo dejan ver nuestros ojos. La verdad, la espera fue un tanto larga, sin embargo, los pacientes pasaban con cierta agilidad. Transcurrida una hora la sala se despejó bastante y en el lugar donde yo me encontraba, solo quedábamos tres personas con una banquita de por medio. Miré hacia atrás y le comenté a la señora que allí estaba, que pronto sería nuestro turno y entablamos conversación, ya que era una persona muy amable.
Y aquí empieza la historia. Alcancé a escuchar entre su murmullo, que en realidad era su hermano quién estaba en turno con la médica, el resto de la explicación fue para mí como un “mmmmmmmm? Brbrbrm, bbbbbbb, mmmmmmmm”. Intenté decirle que no la escuchaba bien, pero ella prosiguió hablando y aparentemente contándome un evento ocurrido con su eps. La miré a los ojos tratando de captar sus emociones para poder asentir o mostrar sorpresa en la conversación, porque en realidad no le entendí ni una palabra.
Ante esta situación, quise dar por terminado el diálogo que más bien fue un monólogo, pero la señora siguió su relato, del que alcancé a escuchar, “médico”, “ciego”, “hija”. El resto se quedó en el limbo. Traté de formar una frase con esas palabras en mi cerebro, pero en vano, ya que pensar que me decía: “que un médico ciego tenía una hija”, pues como que no era lógico, luego pensé que ella me había dicho que era su hermano el de la consulta, entonces ligué otra frase: “que la hija llevó a su hermano ciego al médico”, me conformé con esta frase, tenía más lógica.
Llevábamos más de una hora con esa conversación inútil cuando ví a una joven que llevaba del brazo a un hombre ciego. La señora se levantó de inmediato y se despidió de mí, señalando a su hermano con la hija, o sea su sobrina. El misterio terminó y mi esfuerzo por entenderla cesó.
Pasé a mi turno y posteriormente me dirigí a la caja donde me entregarían mi fórmula. Me acerqué al mostrador y la niña que venía con los documentos impresos se puso de pié y gritó a voz en cuello mi nombre, por poco me quedo sorda. Apenas si pude responderle que ya estaba frente a ella, por la sorpresa que tuve al oír tan claramente el sonido de su voz.
Me marché del consultorio con el tímpano vibrando y con la promesa de no volver a entablar conversación con pacientes en la sala de espera.
Comentarios recientes