Es un hecho incontrovertible que muchas veces cambiamos de parecer sobre algo que siempre habíamos afirmado, pero esto no suele ocurrir con frecuencia en una persona madura. Sé por experiencia que las ideas que tenía en mi niñez, posterior adolescencia e incluso años después, no tienen nada que ver con lo que pienso ahora.
Pero, como todo, hay un pero, rechazo la persona que afirma pero no aplica, claro que uno puede cambiar de parecer sobre cualquier cosa que por razones lógicas no aceptabas pero que al encontrar una respuesta más lógica todavía te hace mudar de idea.
Creo que la coherencia entre el decir y el hacer es la virtud más exigente en la vida y no está demás decir que es la más difícil de encontrar.
Recuerdo a un religioso amigo de mi familia, quien siempre llegaba con su guitarra al hombro y empezaba a tocarla y a cantar, tenía una alegría tremenda, además de un vozarrón que cualquiera sabía dónde encontrarlo, fue de esas personas que me simpatizaba mucho porque todo lo que hablaba coincidía con sus acciones, sus sermones, bastante sencillos eran el reflejo de su vida.
Todo iba bien hasta que un día, alguien comentó algo inapropiado en su comportamiento, algo que no correspondía a sus enseñanzas y este hombre se derrumbó, de tal forma que abandonó sus hábitos y se retiró de la iglesia. Tiempo después lo encontré e invité a nuestra casa, pero ya no era esa misma persona, en sus ojos se perdió la alegría, nos contó que había contraído matrimonio y que vivía en una población del Cauca.

Obviamente, creo que hubo más maledicencia que falta de coherencia, pero se perdió credibilidad en él.

Y es que una persona es coherente cuando refleja unidad entre lo que piensa y proclama en su discurso y su actuar y esto aplica especialmente en los docentes, creo yo, ya que los políticos ya hace mucho que no saben lo que es ser coherente.

En el día a día, encontramos mucha gente que intercambia charlas y comenta y dice cosas que uno se toma en serio pero que a la postre resulta que solo fueron tema de conversación y eso que aseguraba era su firme propósito, no tenía nada que ver con lo que hace.

Eso y las promesas son algo chocante, y es que uno y otro se parecen, prometes hacer algo, pero a la hora de la verdad te haces, como dicen por ahí “el vende jabón”, miras para otro lado, haces como si estuvieran hablando de otra persona, pero de cumplir, ni se diga. Es igual o por lo menos muy parecido a la persona que pregona un comportamiento mientras en su cotidianidad hace todo lo contrario.

Eso me hace pensar en todos los cambios que el ser humano, en este momento de la pandemia, se propone hacer en cuanto sea superada. ¿Cuántas personas cumplirán con esas promesas? ¿cuántas personas se olvidarán de esos buenos propósitos? Y ¿cuántas personas simplemente se reirán de lo que pensaban ahora?