La semana pasada fui a un trámite bancario como tenía que tratar un asunto delicado, pensé que podría aprovechar mis cabellos plateados para tener un trato preferencial y que tuviera cierta celeridad la fila en la que me colocara. Evidentemente llegué al Banco y las colas ya estaban bastante colmadas, sin embargo, una asistente bastante acuciosa, cuando vio mi despiste de inmediato se acercó con un numerito en la mano preguntándome cuál era el motivo de mi presencia en esa entidad. Me escuchó, me entregó la ficha 85 y me señaló una silla donde podría sentarme a esperar.

Cuando miré a mi alrededor, me di cuenta que mi visita coincidió con la fecha de pago a los jubilados y había más cabezas blancas de las que podría contar, así que la estrategia para ser atendida, no iba a prosperar.

A mi lado un simpático señor de la tercera edad, me dijo: “Prepárese para quedarse hasta las 11, ya que yo estoy aquí desde las 8am y esas cuatro personas que están frente a las cajas son las mismas que estaban cuando yo llegué.” Un tanto desconsolada, pero optimista por cuanto quienes estábamos en la banquita no íbamos a cobrar pensión sino a trámites diferentes, así que pensé, el tiempo no debe ser muy largo.

A la media hora, vi, entrar a una señora con bastón, caminando lento que se dirigía directamente a la mujer que repartía los numeritos y pensé: “Me superó por un bastón.”

Así que perdí, como quien dice, un turno. Quince minutos más tarde una señora conducida por otra y aparentemente con un problema de manejo cognoscitivo tremendo, ya que tenía que indicarle absolutamente todo, desde sentarse. Así, que de nuevo, un turno menos.

Mi vecino no se aguantó, se dio cuenta rápidamente que nos tomaría toda la mañana esperar, así que generosamente me entregó su ticket con el número 80, para que, al menos fueran 4 turnos menos mi espera y se marchó, no sin antes comentar que su trámite era para que no le llegaran los mensajes a su teléfono ya que su esposa se daba cuenta de todo lo que él hacía con su cuenta. Se marchó con una sonrisa picara.

Ya me había resignado a la lentitud en la atención y a sabiendas de que estas personas serían atendidas antes, cuando de la nada entraron tres personas, dos señoras y un caballero, lo traían entre las dos, gordito, calvo y con una incapacidad total para hablar, expresarse o caminar en forma normal. O sea, ya se me estaban escapando los 4 turnos que supuestamente iba a superar.

Pero, curiosamente, la suerte estaba conmigo, una de las cajeras empezó a llamar por números: 77, no está, 78, no está, 79, …. Tampoco está y yo con el 80 en la boca, cuando dice: 80. Y de una me levanté y fui atendida, y aunque mi problema no fue solucionado, era una etapa que había que agotar.

Próximamente les contaré lo que sigue, ya que esto no acaba aquí.