Últimamente he tratado de evitar tantas noticias de crímenes que se publican en las redes y en general en los distintos medios de información, ya que me llenan de angustia, sobre todo cuando sé que no puedo hacer nada para solucionarlo, y son eventos que ya han ocurrido, definitivamente terminado, pero yo me quedo con la angustia y el malestar de lo ocurrido.
Por el contrario, me he propuesto mirar videos positivos y graciosos, alimentar mi cerebro y mi espíritu con situaciones alegres y divertidas.
Sobre todo, recuerdo detalles del pasado que nosotros en familia eran causa de risa.
Por ejemplo: un día mi madre que sufría mucho con determinados alimentos, especialmente el aguacate, cuando lo consumía se quejaba de fuertes cólicos, le comentaba a un amigo lo que le pasaba y le dijo que el médico de la familia le aconsejó que lo hiciera en porciones pequeñas, que empezara con pedacitos pequeños de aguacate. Y mi padre que escuchaba la conversación, interrumpió diciendo: “Y le empezaron los coliquitos”.
Mi padre odontólogo de tiempo completo, un día alguien le pidió tomar una foto con su cámara y mi padre, amable, como siempre, tomó el aparato, se colocó frente a la persona y dijo: “Abra la boca”.
A mi madre también le ocurrieron casos, recuerdo que un día una amiga llegó con su pequeño hijo de tres años a presentárselo, mi madre de inmediato le preguntó al niño: ¿cómo te llamas? El en su media lengua dijo: “Carlos.” Mi madre agregó: “¿y tu apellido?” El niño de inmediato rompió en llanto mientras le contestaba: “¡Yo no me ha pellido!”
Una vez en un almuerzo con invitados, entre ellos un sacerdote, terminábamos de comer y mi hermana mayor que disfrutaba de la comida vio que en un plato había quedado una buena porción de frijoles, y ni corta ni perezosa lo agarró y empezó a comerlo mientras todos la mirábamos. De pronto levantó la vista y preguntó: “¿Qué pasa?” y le dice mi madre, “es el plato que dejó el padre”.
Es como aquella vez que mientras escuchábamos música, mi madre colocó un “long play” en esa época los discos estaban de moda. Y comentaban la hermosa pieza Muerte tranquila y la soprano que la interpretaba. Cuando de pronto mi hermana se acerca a mi madre y le pregunta: “¿Y es que se murió soprano?”
Y un día, sentados en el andén de la casa, pasó una señora en estado de embarazo bien avanzado. Cuando mi hermano la vió, gritó a voz en cuello: “¡Esa señora se va a estallar!”
Si hablamos de vergüenzas, ni qué decir de una vez que se me acercó una señora con un físico poco agradable, me saludó y me preguntó algo. Sin preámbulos mi hijo, muy pequeñito y apenas soltando su media lengua, que la miraba con los ojos como platos, se me acerca al oído y me pregunta: “¿Y esa señora tan fea qué digo?” La conjugación del verbo decir, en ese momento, no era su fuerte.
Dejo hasta aquí, ya que he olvidado muchas situaciones alegres del pasado.
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