LECTURAS: Ex.17,1-7; Ps.78; Flp.2,1-13; Mt.21,23-32

La sagrada liturgia de este domingo nos trae como epístola, el hermoso pasaje de la carta de san Pablo a los Filipenses, en 2,1-13, en el cual aconseja a los Cristianos a vivir unidos por la fuerza de la fe en Jesucristo, y escribe uno de los más preciosos himnos cristológicos que se hayan visto, diciéndonos que adoptemos la actitud que vemos en Cristo Jesús, «pues siendo de condición divina -como Hijo de Dios- no obstante se anonadó a sí mismo tomando la forma de esclavo -hombre-y con la apariencia de un hombre cualquiera, se humilló haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo encumbró sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra, y hasta en el infierno, y toda lengua reconozca, para gloria de Dios-Padre, que Jesucristo es El Señor».

Precioso himno que cantaban los primeros cristianos, exaltando pues la gloria de Cristo, y que debe llevarnos también a nosotros a rendir esa plena adoración a nuestro Señor y Maestro. Y el evangelio de este domingo nos trae el pasaje de los dos hermanos que dicen prestar obediencia a su padre, más en realidad uno obedece, y el otro no. Y termina con la tremenda aseveración de Jesús de que entrarán al Reino de Dios, primero los pecadores y las prostitutas, antes que ustedes los fariseos, pues no creyeron en Juan Bautista, ni se convirtieron, ni creyeron en el mismo Jesús, ni aun viendo las obras que hacía como el Mesías-enviado de Dios. Roguemos pues a Jesús que nos ayude a tener la suficiente capacidad para entender que El mismo es el amo y dueño de la viña, pero que desea ante todo que seamos los herederos de su Reino eterno. ¡Amén!