Pensando en la ciencia, los médicos y los tratamientos, me he dado cuenta que en realidad no debían ser tantos especialistas los que decidieran el proceso a seguir con sus pacientes, se los comento, sin citar sus especialidades, pero ustedes pueden deducirlas.

En mi primera visita al médico, después de varios exámenes, tratamientos y medicamentos, me remitió donde otro especialista con la advertencia de que debía tomar dos litros de agua diarios. A pesar de que le comenté que el agua me producía gastritis, insistió en que sin ese tratamiento tendría problemas.

Acto seguido fui donde el siguiente médico, quien al escucharme decir la cantidad de agua que debía ingerir diariamente, me dijo: No puede consumir esa cantidad de agua porque usted sufre gastritis, así que me recomendó beber a lo largo del día un poco de agua y acompañarla de una galleta o cualquier dulce que evitara la gastritis.

Con resultados médicos, me remitieron donde otros especialistas, el primero me practicó tres procedimientos, exitosos por cierto, y al atenderme en la última visita, me dijo que consumiera frijoles, lentejas y mucho grano, verduras, fruta etc.; el siguiente especialista me dijo, después de examinarme, que no debía comer pepas y mucho menos fruta porque el azúcar me podía propiciar una diabetes.

Con todos estos resultados fui, supuestamente a la especialista final, quien dijo no poder hacer nada, ya que en la clínica no tenían uno de los especialistas que me debía ver, así que me mandó a solicitar una cita con el especialista recomendado.

Todo esto transcurrió en un lapso de aproximadamente seis meses.

En conclusión: La primera razón por la que visité al médico se superó al arrojar un cálculo de un centímetro, la segunda, tenía que ver con mis oídos, estaba perdiendo audición y sufría de tinnitus. Sin embargo, mientras realizaba todas las visitas médicas, sufrí de una gripe impresionante, con tan buena suerte que volvió mi audición y la tinnitus se acabó. Así que un supuesto el tubito que me colocarían en el oído, fue descartado. La cirugía de tres horas a través de mi nariz, se quedó sin revisar. Y curiosamente, los demás males se fueron también.

¿Cuál es la moraleja de esta historia? Que a veces un mal menor es suficiente para curar el mal mayor.