LECTURAS: Sam.16,1-13; Ps.22(23); Ef.5,8-14; Jn.9,1-41

La sagrada liturgia de este cuarto domingo de cuaresma nos trae bellas lecturas bíblicas que deben ayudarnos a seguir profundizando en la grandeza de nuestra fe cristiana. Y es que así, por ejemplo, la primera nos recuerda la escogencia de David como el grande rey de Israel. Y grande porque el rey David aparece al lado del patriarca Moisés, como las columnas fundadoras del antiguo pueblo hebreo. Siendo que, además, en la teología cristiana, a ambos se les considera como prototipos sobresalientes del Mesías que vendría, Jesucristo. Y luego, la lectura siguiente nos trae un pasaje de las cartas de san Pablo, en el cual él nos presenta a Cristo como la verdadera luz espiritual del mundo cuando dice: “en otro tiempo erais tinieblas -por el pecado-ahora sois luz en el Señor. Por ello caminen como hijos de la luz”, y Cristo es esa luz que debe guiar los pasos de todos los que nos consideramos cristianos, a partir de la fe recibida en El, por el bautismo.

Y el evangelio de este domingo nos presenta el pasaje del ciego de nacimiento que es curado por Jesús, desarrollando un duro diálogo entre éste y los fariseos que se obstinan una vez más en no reconocer la mesianidad de Jesús, demostrada con tantos hechos milagrosos y con la sacralidad de su propia vida. El apóstol Juan, se luce, por decirlo así, presentando a Jesús diciendo de sí mismo: “mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». Y en seguida de estas palabras realiza el milagro de devolver la vista al ciego de nacimiento. Pues sí, hermanos en la fe de Cristo. ¿Qué enseñanza debemos aprender de este evangelio? Pues que ojalá no seamos tan obstinados como aquellos fariseos que se empecinan en no querer reconocer que aquel Jesús de Nazaret era el Mesías esperado por el propio pueblo hebreo, no obstante haberlo demostrado con todos sus milagros y la sacralidad de su vida ejemplar. Roguémosle pues que nos ayude a ser sus fieles discípulos, y a entender que Él es la luz del mundo, y que como a aquel ciego curado por Jesús, también digamos: “Creo en ti Señor». ¡Amén!