Lecturas: Is. 50, 4-7; Ps. 21; Flp. 2,6-11; Mc. 14, 1-47
Con el domingo de ramos los cristianos de todo el mundo iniciamos una nueva celebración del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, o lo que también suele llamarse el triduo pascual, o sea la celebración de los tres días de la pascua de Cristo: jueves de la institución de la Eucaristía, viernes del misterio de su pasión y sábado a domingo, como celebración de su gloriosa resurrección, se llama, -por decirlo así- también el milagro de nuestra salvación, que se realiza por nuestra Fe en él, y por él. De modo pues hermanos en la fe de cristo, aprestémonos para recordar y participar una vez más en el misterio del Cristo que, como nos lo enseña san Pablo en su carta a los Filipenses: “Se anonadó a sí mismo tomando la forma de esclavo… se humilló haciéndose obedientes hasta la muerte, y muerte de cruz. Y por eso Dios lo elevó sobre todos, y le concedió un nombre que sobrepasa todo nombre, y que al oírlo se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra, y toda boca reconozca para gloria de Dios. Que al rezar el Padre nuestro tengamos en cuenta, que Jesucristo es el Señor”. Y este es el llamando himno cristológico, la más preciosa invención en boca de san Pablo. Y que bien se lo merece Jesucristo, quien es nuestro Señor y Salvador, que por su muerte y resurrección nos abrió las puertas del cielo. A él sea la honra y gloria por los siglos de los siglos. Amén y amén.
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