Qué fácil era en el pasado, es decir, cuando yo era una niña pequeña y alguna mujer se encontraba embarazada, la única duda era si era niño o niña. No había preocupación especial, casi todos los padres decían: “Qué sea lo que Dios quiera”.

Incluso posteriormente, cuando yo quedé embarazada, me pareció que la medicina había avanzado muchísimo porque con una prueba de sangre y orina, confirmaron mi estado. Tuve la emoción de escuchar los latidos de mi bebé, a pesar de que el médico usaba una cornetica para escucharlos. Fui de las madres que simplemente sabía que tendría un varón y que nacería un 20 de diciembre. Ello contra el criterio del ginecólogo que con cierta sonrisa, sólo acataba a decir: “Primerizas…”.

¡Ahora todo es tan moderno! Se puede tomar la pastilla del día siguiente para evitar el embarazo. También existen diferentes pruebas mediante las cuales se puede conocer en forma anticipada si lo estamos. Mediante ecografías no sólo podemos saber el género de nuestro bebé, sino que pueden observar su estado, su salud, problemas físicos, en fin, todo avanza en forma extraordinaria.

Pero estos avances me dejan perpleja cuando veo que ya no tenemos los simples dos sexos, masculino y femenino, ahora, pueden cambiar el mismo a la criatura en cuanto nace.

En mi juventud definían la homosexualidad, el lesbianismo como una enfermedad, pero pronto fue desclasificada como tal en los Estados Unidos, por allá en el año 1973. La organización mundial de la salud, tardó un poco más, lo hizo en 1990. En realidad la verdadera enfermedad lo es la homofobia.

Pero si en el pasado el racismo era grave, posteriormente la homofobia lo superó, y ahora que existen tantas tendencias ¿cómo la llamaremos?

He visto muchos personajes con cargos interesantes que al verlos no sabría definirlos como masculinos, femeninos, trans, o cualquier otro título, sin embargo, personalmente nunca me ha afectado cualquier tendencia de los seres humanos, me basta y me sobra con el conocimiento que me transmita.