No sé por qué nos empeñamos en recordar a los que se fueron, a los que se nos adelantaron en el camino después de la vida, se diría que somos un poco masoquistas al ahondar aún más en la herida, entristeciéndonos por su partida.
Mi hermano decía que debíamos regocijarnos cuando alguien fallecía, que no había por qué llorar. Sin embargo, no he podido aplicar su teoría, me duelen las ausencias adelantadas, me duelen los amigos que ya no veré, me duelen las mascotas que despedí, me duelen las personas que fueron víctimas de guerras injustificadas, me duele toda muerte que no es natural.
Hoy, recuerdo a ese hermano que tanto me hizo reír y a esa perrita westy que disfrutó tanto de su compañía. Dos seres que se fueron demasiado pronto. Y que dejaron huella en quienes los conocieron.
Especialmente este año, ha sido como un rosario de despedidas, amigos y conocidos se han marchado, sin embargo, los amaneceres siguen iguales, la vida sigue, con problemas o sin ellos. Aún recuerdo cuando mi hermano hizo la pascua, salí a la calle y nada había cambiado y ahora me pregunto: ¿por qué habría de cambiar?
Y aquí seguimos con los buenos recuerdos, con la esperanza de que haya un más allá y que todos estos seres que se nos adelantaron en el camino, un día nos reciban y tengamos un gran reencuentro.
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