LECTURAS: Hech.2,3-47; s.22(23);1 Pe.2,20-25; Jn.10,1-10
La sagrada liturgia de este domingo corresponde a uno de los temas más hermosos del evangelio de Cristo, y es aquel en el cual Jesús se compara así mismo con el cuidador del ganado, el llamado pastor de las ovejas. Y dice que el buen pastor no es como el asalariado, que cuida de las ovejas, no tanto porque realmente las quiera, sino porque recibe una paga o un salario por cuidarlas, pero a veces tan mal cuidadas, que es hasta capaz de abandonarlas si ve venir el lobo. Jesús dice que Él es el buen pastor, que conoce a sus ovejas, y que ellas le conocen a él, tanto que cuando las llama, reconocen su voz, y le siguen. Y que además El mismo es la puerta del aprisco, por la cual entran las ovejas, y que las defiende, y es incluso capaz de dar la vida por ellas.
Pues bien, hermanos en la Fe. Este es uno de los más hermosos símiles que usa Jesús en su evangelio para darnos a entender cuán grande es su amor por la humanidad, tan grande que ello lo demostró a lo largo de su vida en su paso por nuestra tierra, curando enfermos, sanando heridos, y dejándonos en su Evangelio -por decirlo así- las directrices que, si las seguimos, orientarán nuestras vidas, y finalmente nos conducirán también a la vida eterna que El promete a quienes le siguen. Y es tan valiosa la guía de su evangelio, que a lo largo de estos dos mil últimos años, ha dado a la humanidad grandes sabios, doctores y santos, que inspirados en su vida y en su evangelio, han dejado también sus huellas como grandes fundadores y benefactores de la humanidad. Hermanos en la fe de Cristo, gloriémonos pues en la grandeza de nuestra fe, y en la seguridad de seguirle como al gran pastor de nuestras vidas y de nuestras almas. Y que fiados en su divino pastoreo, podamos decir: «El Señor Jesús es mi pastor, nada me falta, y por sendas seguras, me guía por el amor de su Nombre». Que así sea. Amén.
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