¿Han notado que cuando te detienes en los semáforos, hay unas chicas repartiendo unas tarjetas? Siempre me intrigó que ellas escogían las personas y vehículos a donde se acercaban, al igual que algunos vendedores que exhibían videos, no los ofrecían a todas las personas en general. Inicialmente creí que buscaban gente joven, pero no, definitivamente no era ese el grupo que necesitaban.
Y sólo después de un tiempo he venido a darme cuenta que se trata de invitación a sitios para caballeros que buscan compañía sexual, por eso los taxistas son sus preferidos, no hay vehículo amarillo que no reciba su tarjetica, mientras que señora como yo, nos miran con indiferencia. Lo mismo ocurre con los videos, aunque en las carátulas ofrezcan títulos de Walt Disney, su contenido nada tiene que ver.
Obviamente que las redes han afectado mucho estos negocios, pero no falta quien todavía disfrute de un buen equipo DVD.
La parte que me parece delicada es el acceso que tienen los menores a diferentes plataformas en la web, sobre todo después de haber escuchado tantas noticias de chicos y chicas que desaparecen como por arte de magia y al revisar sus aparatos electrónicos se descubre que han tenido contacto con personas que los convencen fácilmente de emanciparse y unirse a grupos en donde terminan, desafortunadamente, mal.
Hace poco escuché que un delincuente estaba entrenando, a través de las redes, a menores para agotar delitos contra la propiedad.
Lo que en realidad veo, es que los menores, no comparten con sus padres, así que esa independencia que han logrado a través de las tabletas y celulares, los convierten en víctimas fáciles para quienes no tienen moral alguna y buscan dañar la sociedad, porque con la semilla que siembran en estos terrenos infantiles traen futuros adultos delincuentes.
En mi juventud, cuando estudiaba el bachillerato, recuerdo que en un pequeño kiosko en la esquina de la calle donde funcionaba el colegio vendían revistas y prensa. Una vez, mientras miraba las revistas, el hombre de la venta me deslizó una pequeña revista con pocas páginas, llamada “Luz”, que obviamente despertó mi curiosidad de adolescente y me la llevé junto con la que iba a buscar.
La revista que era “prohibida” para los menores en esa época, en realidad no era pornográfica, su contenido era más bien, científico, explicaba cómo eran los órganos femeninos y masculinos, ciclos de la mujer y del hombre, es decir, presentaba crudamente cómo era el cuerpo humano y cómo funcionaba.
La forma como la adquirí fue lo que la convirtió en algo sospechoso y que me hacía sentir culpable. Cuando mis padres la encontraron entre mis libros, siendo ambos profesionales, no se inmutaron, la abrieron, después de leerla me la regresaron sin criticarme ni hacerme sentir que estaba leyendo algo terriblemente pornográfico.
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