LECTURAS: Ex.17,3-7; Ps.94; Rom.5,1-8; Jn.4,5-42

La sagrada liturgia de este domingo tercero de cuaresma, nos trae hermosas lecturas bíblicas que deben ayudarnos a seguir nuestro proceso de maduración en nuestra espiritualidad cristiana. Y especialmente en estos días de cuaresma que deben acercarnos al misterio del Cristo sufriente por nuestra salvación. Y por ello la Iglesia nos dice hoy con palabras de san Pablo que «siendo que hemos obtenido el perdón, gracias a la Fe, estamos en paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, mediante el cual alcanzamos el estado de gracia, y por El, llenos de esperanza…Dios nos ha dado una prueba de que sí nos ama al morir Cristo por nosotros, cuando aún éramos pecadores» (Rom.5,1-8). Qué precioso texto paulino tan consolador, pues nos recuerda que es por la grandeza de nuestra fe en Cristo que somos salvos. Y la Liturgia de la Iglesia nos trae este domingo para nuestra meditación nada menos que el pasaje del encuentro de Jesús con la samaritana, junto al pozo de Jacob, cuando ésta buscaba agua, y se encuentra con El, iniciándose así un bello diálogo entre los dos, que finalmente la lleva a ella a entender que se encontraba frente al Mesías, y por eso ella termina pidiendo a Jesús que le dé de esa agua viva que «mana hasta la vida eterna». Pues sí, hermanos en la fe de Cristo. Y me parece que en aquella mujer samaritana podemos vernos reflejados todos nosotros como discípulos de Cristo, para rogarle que también nos ayude a entender cada vez más y mejor que Él es el agua viva «y que quien beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed, porque se volverá  en él un manantial que saltará hasta la vida eterna». Y que como ella, también roguemos a Jesús: «Señor, dame de esa agua, para no volver a tener sed». Y que El mismo nos ayude a entender que solamente a través de nuestra fe en El, podremos saciar nuestra sed de infinito, y que solamente El podrá llevarnos a las fuentes de aguas vivas que son El mismo. Que así sea. ¡Amén!