En estos días he recordado un caso especial, directo y personal. Mi padre falleció a sus ochenta y pico de años, además de varias enfermedades que le habían sido detectadas sufrió una tromboflebitis en una de sus piernas, tremenda situación, sabíamos que la única solución era la amputación y ese día lo llevamos con un médico recomendado por el galeno de la familia y lo internamos en la clínica de occidente en esta ciudad.

Fue el primer caso grave en nuestra familia, y por supuesto temíamos lo peor.

Mi hermano tan apegado a mi padre, se lo recomendó al médico diciéndole que hiciera lo mejor que pudiera para él, ni una palabra más, ni una palabra menos. Fue llevado a cirugía y obviamente con el primer diagnóstico pensamos que saldría de la sala con una sola pierna, pero para nuestra sorpresa el doctor empezó a tratar de salvarle la pierna mientras mi padre sufría de dolor.

Ante los gritos de sufrimiento de mi progenitor, exigimos procedieran a la amputación, ya que el tratamiento que había decidido el médico no lo compartíamos. Así que al fin se programó nuevamente su entrada al quirófano y ya le separaron su pierna desde la rodilla, mi padre quedó en silencio a partir de ahí, quedó en cuidados intensivos mientras la gangrena consumía su cuerpo y pronto, gracias a Dios, descansó de todos sus dolores terrenales.

Y mi pregunta es: ¿quién decide? ¿Quién decide qué es lo mejor para el paciente? ¿la familia o el médico? Se supone que el médico es quien mejor sabe lo que hay que hacer y por supuesto exponer las opciones a la familia, pero en este caso me sorprendió que el médico no nos preguntara siendo que lo único que se le pidió fue hacer lo mejor por el bienestar de nuestro familiar.

En el pasado, mi abuelo materno fue internado en una clínica de Pereira con un diagnóstico parecido al de mi padre, estaba programado para amputarle unos de sus miembros inferiores, cosa que él rechazaba con todas sus fuerzas y ¿saben lo que hizo? Amarró sus pantalones con una cuerda y se fue caminando hasta Santuario, lugar en donde también la gangrena lo consumió. El médico dijo que cuando la gangrena llegara a su corazón, expiraría, pero no, mi abuelo, ese voluminoso hombre con sus grandes ojos azules, dejó su cuerpo cuando la gangrena llegó hasta su boca.

Aquí mi abuelo decidió, mi padre no.