Rvdo. Silvio Gil Restrepo

LECTURAS: Malq.3,1-4; Ps. 23; Hebr.2,14-18; Lc.2,22-40

«Mis ojos han visto al Salvador”.

La sagrada liturgia de este domingo nos trae bellas lecturas bíblicas que nos ayudan a recrear por decirlo así, aquel hermoso día en que sus padres, María y José, presentan al niño Jesús en el Templo, siguiendo los preceptos de la ley de Moisés que ordenaba que todo primogénito varón fuese consagrado a Yahvé Dios. Y por ello lo llevan al templo de Jerusalén, y allí se encuentran con el anciano Simeón, hombre piadoso que esperaba la consolación de Israel. E inspirado por el Espíritu santo fue al templo aquel día y se encuentra con los padres del niño Jesús, y él al verlo, lo toma en sus brazos, y alaba a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto la salvación que tienes para todos los pueblos, luz que alumbra las naciones, y gloria de tu pueblo Israel».

Y, ahora bien, digamos, ¿qué aplicación tendría para nosotros como cristianos, este pasaje de la infancia de Jesús? Recordemos que nosotros también fuimos presentados en el templo de nuestras parroquias, por parte de nuestros padres y padrinos para que fuésemos iniciados con el rito del Bautismo en nuestro proceso de Cristiandad, esto es, que una vez recibida el agua del bautismo en nuestras cabezas, quedamos consagrados como miembros vivos del cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia universal, y como propiedad de Cristo, para ser liberados de las garras del mal y del demonio. De modo pues hermanos en la fe de Cristo, digamos que la presentación del niño Jesús en el templo de Jerusalén, nos recuerda también nuestro bautismo y nuestro compromiso como Cristianos, que siendo herederos del rico patrimonio espiritual de la Cristiandad, demos fe de ello con nuestro buen comportamiento como ciudadanos y como miembros vivos de la Iglesia universal, cualesquiera que sea la afiliación a nuestras Iglesias o comunidades cristianas particulares, como decir, católicos, romanos, anglicanos, ortodoxos, coptos, y todo el etcétera de Iglesias particulares que se confiesan Cristianas, esto es, discípulas y seguidoras de Jesucristo. Y que la honra y la gloria sean para El, el esperado de las naciones para nuestra salvación. Que así sea. ¡Amén!