Miguel Uribe Turbay
La conmoción de una despedida
Los funerales de Miguel Uribe Turbay han conmovido a Colombia. Solo una persona insensible, sin respeto por el prójimo, podría permanecer indiferente ante esta tragedia.
Durante los dos meses que duró su tratamiento en la Clínica Santa Fe, me interesé por su vida personal. Antes de eso, solo conocía su perfil político. Lo veía como un candidato joven, quizá con pocas posibilidades presidenciales, pero su discurso, vibrante y lleno de pasión, había captado mi atención en cada rincón del país.
Tras el atentado, comencé a ver los videos y reportajes que inundaron las redes sociales. A través de ellos, descubrí su lado más humano. Conocí su historia personal, más allá de la de su madre, Diana, que ya es tan conocida. Me conmovió su hermosa relación con su esposa, desde el momento en que se conocieron, su matrimonio y el nacimiento de su pequeño hijo, Alejandro.
Más allá de su vida romántica, lo que me impresionó fue su alegría innata. Era un ser humano entusiasta, con una gran pasión por la música. No solo tocaba diversos instrumentos, como el piano, la guitarra y el acordeón, sino que también cantaba y componía sus propias canciones. De hecho, fue una de sus composiciones la que usó para conquistar a su esposa.
Confieso que me uní en oración, con la esperanza de que sus heridas no fueran tan graves como se decía. Anhelaba verlo salir por la puerta de la clínica, listo para continuar su lucha por el país. Y es que la situación que estaba viviendo había hecho que muchos colombianos descubrieran en él a un candidato prometedor, alguien que podría traer esperanza. Las pancartas con el lema «Miguel Presidente» ya ondeaban en las calles, un claro signo del inmenso apoyo que había ganado.
Pero la gravedad de sus heridas y las hemorragias que sufrió hicieron lo inevitable, obligándolo a partir de este mundo terrenal.
Ver sus restos llegar al Congreso fue desgarrador, especialmente al ver a su padre cubrir el féretro con sus brazos, un gesto de impotencia que conmovió a todos. Sin embargo, el momento más difícil fue verlo salir hacia la Catedral Primada y luego hacia el panteón, el lugar de su descanso final.
Pude ver cómo sus familiares y amigos, que acompañaban la caravana, se quedaban inmóviles, incluso después de que el ataúd fuera descendido y cubierto con bloques de cemento. Todos seguían allí, como suspendidos en el tiempo. Y yo también. Miraba la pantalla de mi televisor, sintiendo que no era real, como si todo hubiera sido una pesadilla.
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