LECTURAS: Ex.16,2–15; Ps.105; Flp.1,21-30; Mt.20,1-16

Rvdo. Silvio Gil Restrepo
Como epístola se nos cita este domingo la carta de san Pablo a sus discípulos, los Filipenses, en 1,21-30, donde tan bellamente nos dice que. “Para mí vivir, es servir a Cristo. Y morir, es ganarlo para siempre». Nos da pues Pablo a todos los cristianos un motivo para vivir, ¿cuál?, pues nada menos que nuestra vida sea puesta al servicio de Cristo, cada cual, siguiendo su propia vocación de servicio al prójimo, a la humanidad. Y que finalmente, aún la muerte del cristiano es ganancia, porque se va de este mundo a unirse final y definitivamente con Cristo Jesús en su gloria eterna. De modo que, si es así, no debiéramos tenerle tanto miedo al final de la vida.

Y el evangelio de este domingo nos presenta la parábola del patrón que sale a buscar obreros para su viña, y los contrata, a unos para trabajar todo el día, a otros para trabajar por unas horas, y aún a otros para trabajar solamente la última hora del día. Y al final, a todos paga el mismo salario. Por lo cual, los que llegaron desde la mañana creyeron que recibirían más pago, que los últimos en llegar, y por eso se enojan con el patrón y le hacen el reclamo. Pero éste les contesta que les ha pagado según lo convenido, un denario. Y que él es libre para pagar al último en llegar, lo mismo que a los primeros. Y hasta dice al jornalero, «O ¿es que tienes envidia de que yo sea generoso?… pues, así los últimos serán los primeros, y los primeros, últimos». Pues, digamos que la lógica de Dios, no es la misma lógica de nosotros los humanos, que de pronto a veces actuamos y juzgamos de manera egoísta. Y más bien, roguemos al buen Jesús, que actúe con nosotros con misericordia, como actuó aquel patrón con el último en llegar. Que así sea. ¡Amén!
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