Ahora en la pandemia, creo, que muchos hemos cambiado nuestras costumbres y sobre todo nuestra forma de manejar nuestra religiosidad, y con esto me refiero a visitar los templos, asistir a Misa, a ritos religiosos y otros.
En época de mi niñez, regularmente en mi familia fuimos a misa de las cinco de la mañana, gran sufrimiento para mí, ya que antes de llegar a la comunión mi constitución no soportaba el ayuno y tras ponerme muy pálida, me desmayaba. Y ¿por qué el ayuno? Porque no se podía comer nada antes de la comunión, así se seguía la costumbre en mi casa y todos la respetábamos. Fue mucho tiempo después que podíamos tomar un tinto y esperar siquiera una hora antes de llegar a la Iglesia para la celebración de la Misa.
Allí existía un personaje conocido como el sacristán, este tenía cierto estatus importante en la iglesia, en Puerto Tejada era don Floro, él era el encargado de tocar las campanas, de mantener la iglesia funcionando en limpieza, ornamentos, la sacristía era controlada por él y hasta tenía la potestad de regañar a los muchachos que entraban haciendo ruido y jugando a las celebraciones. Jamás olvidé su nombre y recuerdo que los menores que merodeábamos cerca de la iglesia le teníamos mucho respeto y acatábamos sus órdenes sin chistar.
Pero con el correr del tiempo, crecimos, en mi casa nos internaron a las dos hijas en colegios en Popayán (Cauca) y a mi hermano en el Seminario Conciliar y todo fue cambiando. Cuando llegamos a Cali todo cambió, había varias iglesias y de acuerdo al barrio se elegía la parroquia, pero ya no había esa “amistad” con el sacerdote y las personas que encontrábamos ya no eran conocidas, todo fue diferente y nos alejamos, no de nuestra religiosidad, pero si de la comunión con quienes asistíamos a la misma iglesia.
Inexorablemente el tiempo transcurrió, me fui del país y cuando volví encontré otras costumbres religiosas.
Ahora con la pandemia nos vemos abocados a compartir la Misa a través de las redes y a comulgar espiritualmente. Sé que algunas personas prefieren llamar a esta ceremonia la Eucaristía, yo soy anticuada, hablo de Misa y para mí la Eucaristía es el momento en que comulgamos, pero eso no es importante ahora, ya que el tema que estoy tratando es el cambio que estamos sufriendo en nuestras costumbres.
Bien, no podemos y no debemos asistir a los templos por ser lugares concurridos, hay que guardar distancias, hay que evitar contagiar y contagiarnos y la comunión se convierte en un ritual delicado, desde el momento en que se preparan las hostias, hay un riesgo de contaminación, en dónde las elaboran, son como obleas y hay personas encargadas de prepararlas, empacarlas, transportarlas y suministrarlas a las parroquias. Luego, no quiero comentar el trayecto de las mismas hasta cuando llegan al Copón donde se guardan y luego son bendecidas para ser repartidas entre los feligreses. Así que este rito tiene que ser controlado si queremos comulgar físicamente.
En otras comunidades religiosas, tan solo se reúnen para escuchar al Pastor o Pastora, pero también tienen que medir su distancia y evitar a toda costa las aglomeraciones.
Entonces ¿en qué ha quedado la religiosidad en el sentido de asistir a las iglesias? Las limosnas, la programación de Misas, los diezmos, efectivamente deben haber afectado a más de una comunidad. Pero, lo primero, la religiosidad, la espiritualidad, depende de cada uno de nosotros y cómo la vivimos.
En las redes salió un meme mediante el cual el diablo miraba a Dios y le decía: “Te cerré todas las iglesias.” Y Dios contesta: “No, al contrario, abriste una iglesia en cada casa.” Creo que así sucedió, ahora las familias se reúnen a participar en la Misa o en la oración alrededor del televisor o la radio, según se quiera.
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