LECTURAS: Is.50,4-7; Ps.21(22); Flp.2,6-11; Mt.26,14-27.66
La sagrada liturgia de este domingo de Ramos nos pone de frente, a todos nosotros como cristianos, a contemplar el misterio del Cristo sufriente por nuestra salvación. Pero antes de meditar en su pasión y muerte, la Iglesia desea que como sus discípulos le acompañemos con mucho regocijo en su entrada triunfal en Jerusalén, y vayamos cantando con ellos: “Hosanna-gloria al Hijo de David, y bendito tú que vienes en nombre del Señor”. La alegría de los discípulos es contagiosa, y lleva a muchos a seguirlos en aquella alabanza que su Señor y Maestro se merecía, como lo confirma el profeta Isaías cuando dice: “El Señor me ha dado labios persuasivos para decir palabras de aliento a los cansados”. Mas sabemos que aquella alegría del domingo de Ramos casi que fue apenas flor de un día, pues muy pronto aquellas voces de alabanza se cambiarán en los vituperios contra Jesús, promovidos por los fariseos y los sumos sacerdotes del templo, que andaban negociando con Judas el traidor, la entrega de su maestro y Señor, Jesús, que culminaría con su cruenta muerte en la cruz, suplicio reservado para los más grandes malhechores. Y es así como el Santo de los Santos, Jesucristo, ha ofrecido su vida al Padre celestial, y es llevado como oveja al matadero por la salvación de toda la humanidad.
Y me parece que aquí, hermanos en la fe de Cristo, la Iglesia nos trae en la liturgia de este domingo las preciosas palabras de san Pablo en alabanza a Cristo nuestro Señor: “que siendo de condición divina -como el Hijo de Dios-no obstante se anonadó a sí mismo tomando nuestra humanidad y aparentando ser un hombre cualquiera, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz… por lo cual Dios su Padre, le dio un nombre sobre todo nombre, de modo que al oír su nombre: toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, y hasta en el infierno, y toda lengua confiese para gloria de Dios-Padre, que Jesucristo es el Señor”. Y bendito sea también Pablo de Tarso (san Pablo), que por inspiración del Santo Espíritu nos dejó en su carta a los Filipenses, tan hermoso y merecido himno a la gloria de Cristo, nuestro Redentor y Salvador. Roguémosle pues, hermanos en la Fe, que en ésta semana mayor que recordamos de nuevo su sacrificio por nuestra salvación, realmente seamos capaces de seguirle, practicando las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad que Él nos enseñó. Que así sea. ¡Amén!
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