
LECTURAS: Hech.2,1-11; Ps.103;1Cor.12,3-7.12-13; Jn.20,19-23
La sagrada liturgia de este domingo nos narra nada menos que el grandioso día de la festividad de Pentecostés, esto es, que a los cincuenta días después de la resurrección de Cristo, se cumple la promesa hecha por el mismo Jesús a sus discípulos

«Les traigo la paz, y así como el Padre me envió, Yo los envío a ustedes, sopla sobre ellos y les dice:» Reciban el Espíritu Santo» y les da el poder de actuar en nombre de Él, de dar su gracia y aún el perdón de los pecados en su nombre.
inmediatos los apóstoles, que no los dejaría solos o huérfanos, sino que El mismo pediría a Dios su Padre, que les enviase el Espíritu santo, para que los acompañase y fuese su fuerza y su poder en su misión de difundir su Evangelio, es decir, el dar a conocer a todas las gentes del mundo su persona, su obra y su palabra de salvación, todo ello contenido precisamente en ese librito que se llama Los Evangelios, que es la narración fidedigna de su vida, predicación, pasión, muerte y resurrección, realizados por sus discípulos inmediatos, los apóstoles y evangelistas: Marcos, Mateo, Lucas y Juan (diciéndolo así grosso modo). Y por ello encontramos, por ejemplo, que san Juan narra en su evangelio: 20,19-23, la primera aparición de Jesús a sus apóstoles la misma tarde del primer día de su resurrección, y es cuando les dice:
Y volviendo un poco a la festividad de Pentecostés, el libro de los Hechos apostólicos lo narra bellamente en su capítulo 2,1-11, describiendo el soplo como de un huracán que llega hasta su casa, «y ven que aparecen como lenguas de fuego que se posan sobre cada uno de ellos, y todos quedan llenos del Espíritu santo, y empiezan a hablar en lenguas, con el lenguaje que el Espíritu inspiraba a cada uno». Y así no más, con ese lenguaje tan sencillo, san Lucas -autor del libro de los Hechos apostólicos- nos ha enterado de aquel precioso suceso de la venida del Espíritu santo sobre los primeros apóstoles de Jesús, iniciándose con ello la fundación de la Iglesia universal, y dándoles el poder y la misión de predicar su nombre: «id y haced discípulos míos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. ¡Amén!
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