No creo que alguien haya dicho la última palabra sobre la educación de los hijos, todo son conceptos, opiniones, ideas, etc. y esto lo digo porque estuve viendo el comportamiento del hijo menor de los duques de Cambridge durante la celebración de 70 años de reinado de Isabel II de Inglaterra.
Los chats indistintamente critican o alaban el comportamiento de la madre quien con una sonrisa intenta controlar a su incontrolable vástago. Y no es que los hermanos mayores no hayan dado que hacer cuando tenían su edad, si recorremos las redes encontraremos diferentes actitudes, tanto del príncipe George como la princesa Charlotte, que no han sido precisamente la de ángeles perfectos y muchas veces los han corregido frente a las cámaras que siempre los siguen.
El caso de este pequeño, Louis, aparentemente excede aquellos comportamientos y aunque se vuelve el centro de atención de los periodistas y paparazzis, con cuatro años de edad ya es hora de ponerle límites e imagino que los duques así lo estarán haciendo, ya que, si se mira el comportamiento de sus hermanos mayores, vemos que tienen el porte y cualidad de su rango.
La verdad es que hoy día imponen unas normas en las cuales no se puede corregir a los niños y por ende están creciendo con una actitud agresiva en cuanto se les impide que continúen con un determinado comportamiento. Conocí a un niño que desde pequeño le permitieron irrumpir en las conversaciones de los adultos, en un plan por no reprimirlo y dejar que su personalidad fluya, es decir que le han dado una libertad de expresión que a la hora de la verdad lo convierte en un pequeño patán y un futuro ser humano agresivo y convencido que es quien tiene la razón en todo.
Como madre eduqué a mi hijo siguiendo ciertas reglas y gracias a Dios, su personalidad desde muy pequeño fue tranquila, hizo sus travesuras, como un día en el colegio cuando era integrante del grupo musical y solo tenía que tocar de vez en cuando los platillos, mi hermano y yo estábamos muy orgullosos de verlo con la seriedad que hacía cimbrar el par de discos de bronce en el momento que correspondía, hasta que en un descanso lo miramos y se había colocado uno de los platillos en la cabeza… parecía un niño chino. La gente empezó a reír y nosotros no tuvimos otra opción que hacerlo también.
Por el contrario, en mi niñez hubo reglas más rigurosas y castigos físicos, era lo común en esa época, más sin embargo, no creo haber crecido con ningún trauma que no me permitiera ser una buena ciudadana.
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