Les ha pasado alguna vez, que le han hecho una invitación a comer a algún restaurante y a la hora de pagar, su supuesto(a) anfitrión se retira al baño, o que empieza a mirar el interior de su billetera una y otra vez, causando una tensión tal que ¿optas por pagar la cuenta?

Una vez en Madrid me sucedió algo bastante incómodo, llegué a pasar unas vacaciones, así que de paso saludé a un grupo de amigos, quienes acordaron nos encontráramos todos en un restaurante. Pasaron la carta y todos pidieron sus platos favoritos, acompañado de vino, por supuesto, ¡quién no pide vino en España! Por mi parte, pedí algo muy discreto y obvié el vino, ya que cuando vi los precios, preferí abstenerme de un gasto alto.

Hubo charla, recuerdos y en fin, un rato muy amable, no lo niego. Cuando terminamos trajeron la cuenta y yo ya había sumado mi gasto y pensé que cada cual pagaría lo suyo. De pronto con sorpresa veo que me pasan la bandeja con el tiquete y ¡todos me agradecen la invitación! Me quedé pasmada, yo no invité, ni siquiera sugerí el restaurante. Uno de ellos, a mi lado, con quien tenía más amistad, captó el momento y sigilosamente me dijo que completaría la cuenta y que después le pagara.

Descuadrada como estaba un par de días después me encontré con quien había sido mi amigo peluquero y, vuelvo y caigo. Me dice, ven entremos aquí a comer algo, y tate que pide comida completa y yo solo un entremés. Traen la cuenta y sin dudarlo me la pasa. Pagué la cuenta, que por supuesto no era nada económica.

Pero aprendí la lección. Este último, en la época en que lo conocí y que era mi peluquero, sostenía una relación con otro amigo mío y estaba acostumbrado a ser atendido económicamente por aquel y no sé si por el hecho de saber esto, sintió que yo también tenía esa obligación.

Al siguiente año fui de nuevo a Madrid, pero ya con la experiencia ganada, simplemente viajé y disfruté de los sitios a los que quería ir, sin compañía de viejos amigos. Los llamé, saludé y calidamente me despedí de ellos el último día de mi estadía