Siempre que observamos ciertas actitudes en este pueblo colombiano, nos viene a la mente una frase: «Aquí no hay autoridad». Es lamentable ver cómo el vivo-bobo, que por cierto ha estado presente durante mucho tiempo en los canales de televisión, se burla al pasarse un semáforo en rojo, evadiendo las cámaras. Se ríen al colarse en la larga fila de espera de cualquier entidad. Sonríen al hacer pasar un billete falso al tendero. Y se sienten satisfechos cuando la cajera del supermercado comete errores en el cambio, entregándoles una suma superior a la que deberían recibir. Estos detalles parecen no importarnos cuando pedimos la presencia de la autoridad, solo nos afectan directamente cuando somos víctimas de estas conductas.
En los últimos tiempos, he notado un aumento en los accidentes de tránsito, aunque no deberíamos llamarlos «accidentes» ya que la mayoría son provocados por los propios protagonistas. Los motociclistas, que han proliferado recientemente debido a que son el medio de transporte más económico en esta época de constantes subidas de precio de la gasolina, son los que cometen la mayoría de las infracciones al conducir.
También he notado un aumento en el nivel de agresividad en estos tiempos. Recuerdo una situación en la que estacioné mi vehículo entre un grupo de carros, todos perfectamente alineados sin molestar a nadie. Sin embargo, al momento de salir, me encontré con que un taxista había estacionado justo detrás de mi coche, dificultando mi reversa. Decidí entrar al local donde supuse que se encontraba el conductor del taxi y le pedí amablemente que moviera su vehículo para poder salir. De inmediato, me gritó que no era necesario, que podía retroceder desde allí. Le expliqué que el espacio para hacerlo era muy ajustado y le rogué que moviera su carro al menos medio metro, aunque él tenía todo el espacio del mundo para hacerlo. Furioso, salió y movió su vehículo apenas 10 centímetros antes de volver a entrar, vociferando que era una tontería. No hace falta decir que tuve que esperar a que otros vehículos se movieran para poder maniobrar y salir de ese lugar.
Es lamentable enfrentarse a situaciones así, donde la falta de empatía y la agresividad se convierten en la norma. Sería ideal que todos pudiéramos ser más pacientes y amables unos con otros en nuestras interacciones diarias en la vía pública. Así no recordaríamos la frase: “Aquí no hay autoridad.”
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