
Pastor Diego Arbeláez
Extracto de la Revista No. 4
«Mientras Espera»
“Aunque supiera que iba a morir mañana, aún plantaría un manzano hoy.”
“EL AMOR ES EL OLVIDO DEL YO”
No hay más que una manera de ser feliz: vivir para los demás. Sí, la felicidad se obtiene dando felicidad.
Las personas que dejan huella no son las más conocidas; lo son las que se preocupan por los demás.
Puesto que nosotros somos felices, ¿por qué no proporcionamos la felicidad a los que no la tienen? Quien pretenda ser feliz, cerrado en sí mismo en un círculo de egoísmo, vuelve las espaldas a la propia felicidad. Esa búsqueda egoísta de la propia felicidad es el modo más fácil para alejarla de nuestro camino. Pero procurando dar felicidad a los demás, ella vendrá a nuestro encuentro. Sentir que se tiene un lugar en la vida, que se es útil, resuelve la mitad del problema de estar contentos. Las personas que disponen de tiempo para otros son felices a toda hora.
Un día caminaba por el campo, -comenta cierto joven – cuando vi a un anciano, cavando un hoyo. Intrigado, me acerqué a él para preguntarle por qué estaba haciendo eso.
“A mí siempre me gustaron las nueces, -contestó el viejo-. Hoy llegaron a mis manos las nueces más exquisitas que probé en mi vida, así que decidí plantar unas”.
Me entristecí al pensar que ese pobre hombre, a tan avanzada edad, jamás llegaría a probar una de esas nueces.
“Disculpe, amigo, -le dije-. Para que un nogal dé frutos deben pasar muchísimos años, y dada su edad, es muy probable que cuando este arbolito dé sus primeras nueces, usted ya haya muerto hace mucho. ¿No ha pensado que tal vez sería más provechoso para usted sembrar tomates, o melones o sandías, que le darán frutos que usted sí podrá saborear?”
El hombre me miró un instante en silencio, durante el cual, no supe si sentirme muy sagaz por mi observación o muy estúpido. Tras unos segundos que me parecieron horas, finalmente me contestó: “Cuando de nueces se trata, no le corresponde a quien siembra el ver los frutos. Toda mi vida me deleité saboreando nueces, cosechadas de árboles cuyos sembradores probablemente jamás llegaron a probar. Por eso, como yo pude comer nueces gracias a personas generosas que pensaron en mí al plantarlas, yo también planto hoy varios nogales, sin preocuparme de si veré o no sus frutos. Sé que estas nueces no serán para mí, pero tal vez sus hijos o mis nietos las saborearán algún día”.
Y entonces –concluye el joven- me sentí muy pequeñito y egoísta por pensar sólo en mí. Desde ese día, regularmente también planto nogales.
Interesante reflexión: “Alguien está sentado bajo una buena sombra hoy porque alguien más plantó un árbol hace muchos años”.
Pero, lamentablemente “el mundo está lleno de gente que quiere recoger frutos de árboles que nunca sembraron”.
¿Cuántas veces nos pasa lo mismo cuando somos egoístas, cuando pensamos solamente en nuestras familias o en nosotros mismos? ¿…no sería más provechoso “sembrar” también para que las futuras generaciones cosechen?
El egoísta plantea sus relaciones desde una sola exigencia: qué pueden hacer los otros por él. La persona amorosa guía su conducta movida por un anhelo de servicio: qué puede hacer él por los demás. La persona amorosa ya sabe que uno no se enriquece cuando recibe, sólo se enriquece cuando da.
Si se estudiara una carrera con esa mentalidad, si se asumiera un cargo público con esa convicción, si se usara la autoridad con ese criterio, los gobernantes serían honestos servidores de su pueblo, los patrones, conscientes de que su personal es muy distinto de las máquinas que manejan. Los obreros serían honrados, responsables y eficientes. La educación no sería mercancía, sino servicio divino. La medicina no sería un mero curar cuerpos, sino la sublime misión de sanar personas.
Usted no podrá conseguir el fluir continuo de la abundancia, si sus pensamientos van únicamente dirigidos hacia usted mismo. Deje de pensar constantemente en usted mismo y piense en los demás. Salga de veras a buscar a alguien que necesite su ayuda, sea generoso.
El evangelio promueve justamente esa convivencia fraterna y amistosa, ese amor a todos, ese servicio al prójimo con alegría y desinterés. La Biblia dice: “… Ninguno busque su propio bien, sino el del otro.” (1 Corintios 10: 24).
El egoísmo es la muerte del amor, pero el amor es la muerte del egoísmo. Que Dios nos envié un bautismo de amor, pues la Biblia dice: “El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor”. (1 Corintios 13:4-5)
¡Qué desgracia es no ocuparse más que de su propia persona! y ¡Que satisfacción intima produce el olvidarse de sí mismo para pensar en los demás!
Lady Diana, la princesa de Gales, dijo: “Nada me trae más felicidad que tratar de ayudar a las personas más vulnerables de la sociedad. Es un objetivo y una parte esencial de mi vida, una especie de destino.”
Rompa los espejos narcisistas y abra en su lugar amplios ventanales por donde entren la luz, el oxígeno y la vida de palpitante interés.
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